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En mi columna de la semana anterior hice mención a que estamos viviendo una nueva era geológica llamada “Antropoceno”. Significa que la humanidad se ha convertido en la fuerza que domina y da forma a nuestro planeta.
Las consecuencias e impactos de esta intervención humana se dejan ver en los riesgos que el Foro Económico Mundial señala en su informe de riesgos globales de este año -2021-, que corresponde a la décimo sexta edición (The Global Risks Report, 16ª Edition, World Economic Forum, 2021).
El informe da cuenta de un año marcado por la pandemia, la recesión económica de alto impacto, la agitación política y la crisis climática, cada vez peor; además, explora cómo los países y las empresas pueden actuar frente a estos riesgos.
Pero a pesar de las consecuencias inevitables del covid-19, son los asuntos relacionados con el clima los que constituyen la mayor parte de la lista de riesgos de este año, y que el informe describe como “una amenaza existencial para la humanidad”.
El deterioro de la biodiversidad, el cambio climático, el ciclo de nitrógeno interrumpido y la acidificación de los océanos se encuentran entre los desafíos ambientales que enfrentamos en esta era. Entrar en este período tiene profundas implicaciones sobre cómo pensamos y actuamos sobre el mundo, su presente y su futuro. El grado de responsabilidad por el futuro que llevan las generaciones vivas en la actualidad es mayor que el de quizás cualquier generación anterior.
Las ciencias sociales y las humanidades pueden ayudarnos a comprender lo que está en juego. Contrariamente a una creencia generalizada, este momento no se trata tanto del destino del planeta como del futuro de la humanidad, ya que el informe más reciente del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, 2021) lo dejó muy claro.
La Tierra ha pasado por diferentes complejidades y siempre ha salido adelante; tenemos muchas razones para creer que la vida en la ella sobrevivirá, y seguirá evolucionando, incluso si las condiciones de vida ya no son propicias para la habitación humana.
Las ciencias sociales y las humanidades pueden ayudarnos a ver que abordar la crisis ambiental tiene que ver con la auto-preservación en un sentido amplio: si la humanidad desaparece, también lo harán todos nuestros avances en cultura, arte, lenguaje, ciencia y tecnología. Nuestra forma de vida se basa en los logros de innumerables civilizaciones que nos precedieron y posiblemente se lo debemos a las generaciones anteriores para ayudar a preservarlos en lugar de permitir que la humanidad, y con ella todo el ingenio humano, se extingan.
Prevenir los resultados más catastróficos de la crisis ambiental no se trata solo de salvar a los osos polares, se trata de salvarnos a nosotros mismos, y las ciencias sociales y las humanidades están en una posición única para ayudarnos a comprender la magnitud de la pérdida inminente pero también nos deben ayudar esclarecer cómo llegamos a este punto.
Las ciencias naturales se centran en las relaciones próximas de causa y efecto en el mundo físico, como las emisiones de carbono -qué son, en gran medida, la causa del cambio climático-, pero ¿cuáles son las causas culturales y políticas? ¿Qué tiene nuestra relación con el mundo natural lo que ha permitido causar tanta destrucción?. El estudio de las sociedades humanas puede ayudarnos a comprender las formas en que los defectos de nuestra cultura y política (cfr. Peter Sutoris) nos han llevado al precipicio de una calamitosa crisis medioambiental.
Comprender lo que está en juego y reconocer los complejos orígenes de la crisis son pasos necesarios para encontrar soluciones. En este sentido es clave integrar el enfoque de las ciencias naturales con el de las ciencias sociales y humanas.