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Hoy el mundo enfrenta diversos retos y transformaciones que han sido aceleradas a partir de la denominada cuarta revolución industrial, la cual integra diferentes tecnologías que nos impulsan a cambiar a toda velocidad y a gran escala; esta rápida transformación incide directamente en la educación y en sus instituciones; nuestra capacidad de innovar y de tener una lectura amplia de las mega tendencias y de sus implicaciones en las nuevas formas de trabajo, pero también del cuidado del ser humano, de su esencia y del equilibrio con estos cambios, demarcarán la forma como nuestros estudiantes y graduados se desarrollen desde todas sus dimensiones en la sociedad de la cual hacen parte.
La realidad del mundo se presenta con problemas multidimensionales que a su vez están interconectados: las crisis en nuestros sistema de salud; la agudización de los problemas políticos; el crecimiento de problemas económicos y financieros, lo que crea mayores índices de desempleo, disputas por las riquezas que nos da la naturaleza y que queremos explotar a toda costa sin pensar en la futuras generaciones y en la sostenibilidad del planeta; las crisis migratorias marcadas por la xenofobia; todos ellos problemas agravados por las inequidades sociales y la injusta distribución de la riqueza.
Hacer frente a esta crisis y a la emergencia social que conlleva, es el imperativo de este tiempo para toda la humanidad, para los gobiernos y entidades multilaterales, para las organizaciones públicas y privadas, y por supuesto, para las Instituciones de Educación Superior (IES). La realidad nos habla de que estamos ante una reestructuración inminente del orden mundial. Estamos frente al desafío de poder configurar un nuevo modelo de educación que impacte en el desarrollo humano y social integral de las personas para que estas a su vez incidan en el desarrollo social de las naciones.
Estamos ante un panorama que pone de nuevo sobre la mesa muchos retos para la educación; advierto que no son desafíos nuevos, pero que ahora nos exigen una respuesta urgente dados los impactos sociales y económicos que han dejado la pandemia en todo el mundo.
Este llamado apremiante nos lo ha hecho el Papa Francisco para cuestionar nuestra actual forma de estar en el mundo y de relacionarnos con la naturaleza (Francisco, Laudato sí, n.209, 2015), a mirar el presente y futuro con optimismo y prudencia, siempre con una disposición positiva a transformarnos desde adentro, como lo menciona en la entrevista hecha por Austen Ivereigt sobre la emergencia de la pandemia (2020)“…conversión que tenemos que hacer.
Y si no empezamos por ahí, la conversión no va a andar…”, para así, seguir brindando respuestas pertinentes al entorno desde nuestras misiones organizacionales educativas. La insistencia del Papa Francisco está en que “La conciencia de la gravedad de la crisis cultural y ecológica necesita traducirse en nuevos hábitos” (Francisco, Laudato sí, n.209, 2015).
Para hacerle frente a estos nuevos retos, no es suficiente que generemos las condiciones para asegurar el derecho de una educación para todos, sino que esta brinde las posibilidades para que las personas puedan sentirse parte de una sociedad marcada por aspectos económicos, políticos y culturales específicos y diversos.
La Agenda 2030 de las Instituciones de Educación Superior para el Desarrollo Sostenible, en la Declaración de Incheon (2016), expone la necesidad de avanzar hacia sociedades más inclusivas, solidarias y cohesionadas, ubicando al ser humano desde su individualidad en el centro de este propósito. Así mismo lo indica la Unesco (2009) en el prólogo de la Declaración de Educación Superior - París, donde insta a “acabar con la exclusión que es consecuencia de actitudes negativas y de una falta de atención a la diversidad
La Agenda 2030 de las Instituciones de Educación Superior para el Desarrollo Sostenible, en la Declaración de Incheon (2016), expone la necesidad de avanzar hacia sociedades más inclusivas, solidarias y cohesionadas, ubicando al ser humano desde su individualidad en el centro de este propósito.
Así mismo lo indica la UNESCO (2009) en el prólogo de la Declaración de Educación Superior – París, donde insta a “acabar con la exclusión que es consecuencia de actitudes negativas y de una falta de atención a la diversidad en materia de raza, situación económica, clase social, origen étnico, idioma, religión, sexo, orientación sexual y aptitudes. (...) La educación inclusiva es fundamental para lograr la equidad social y es un elemento constitutivo del aprendizaje a lo largo de toda la vida”.