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Desde los primeros meses en que comenzó la realidad de la pandemia, tanto expertos en educación superior a nivel mundial como entidades que se dedican a salvaguardar este servicio, expresaron que esta debería contribuir con su liderazgo en la recuperación de las consecuencias e impactos de la tragedia ocasionada por el coronavirus.
Para lograr este liderazgo, la Educación Superior como sector pero también a través de las diversas instituciones que lo gestionan, han tenido que asumir el reto de adaptarse, repensarse, re-imaginarse y reformarse (cfr. https: //www.mckinsey.com/industries/healthcare-systems-and-services/our-insights/beyond-coronavirus-the-path-to-the- next- normal#) para estar a la altura de lo que los nuevos tiempos piden a sus ciudadanos formados en cualquier campo del saber, y que hoy, más que nunca, requiere el desarrollo de una sociedad sostenible.
Hace algunos días (17 de noviembre), participé virtualmente de la Conferencia Internacional para celebrar el Día Mundial del Acceso a la Educación Superior 2021 o WAHED, organizado por la Red Nacional de Oportunidades de Educación (NEON) en el Reino Unido. En este espacio se insistió vehementemente en que el acceso a la educación superior es el camino para materializar la apuesta por el valor de la equidad y justicia social de los estados y la sociedad en general. La pregunta central del evento giró alrededor de ¿Quién irá a la universidad en el año 2030?
La educación superior resulta clave para enfrentar las realidades del momento actual y del futuro, con sus riesgos, oportunidades y complejidades, complementando el esfuerzo que los líderes mundiales y locales hacen para superar las adversidades acentuadas por la pandemia.
Complejidades de todo tipo, de modo particular los que atañen a los temas de financiamiento, sostenibilidad de las instituciones, calidad, pertinencia ante el mundo del trabajo y otros más, son los que debemos asumir como sector, con la mayor creatividad e innovación posible para que el éxito estudiantil se vea reflejado en tasas de graduación coherentes con el ingreso o acceso. No podemos dejar que los estudiantes salgan en cantidades ingentes de la educación superior después de que, con gran esfuerzo de sus familias y de ellos mismos, han ingresado a una Institución de Educación Superior (IES); la apuesta es que estos continúen con su vocación de aprender, de formarse con las capacidades y habilidades que el mundo de hoy espera que tengan, para asumir el desafío del emprendimiento y de la empleabilidad de modo integral.
La educación superior tendrá que seguir siendo el motor para las desigualdades y las brechas de equidad se superen, y se dé paso a una sociedad más equitativa y de bienestar para todos.
Es importante que, para que estos propósitos se logren, la educación superior y sus actores, se adapten y reimaginen. La realidad nos ha impuesto un camino distinto, y no podemos por inercia regresar a lo que ya no funcionaba en el modelo o paradigma educativo. Es necesario en este contexto que entendamos quién es actor principal del sector educativo, es descubrir que el verdadero valor en el proceso de enseñanza-aprendizaje recae en la experiencia del estudiante, en el reconocimiento individual de sus potencialidades, de sus sueños e ideales, de las aspiraciones que lo impulsan a recorrer un camino para construir su propio proyecto de vida y aportar en el proyecto de quienes le rodean.
En este sentido, si pudiéramos cambiar solo una cosa que tal vez marcaría diferencia -a medida que salimos de esta pandemia-, sería comprender integralmente y en medio de su individualidad, a los estudiantes de hoy, y adaptar, rediseñar y reformar nuestro sistema para satisfacer sus necesidades. Un aprendizaje más flexible y fluido, atemporal y ubicuo.