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Con mucha intensidad se viene hablando de la reforma a la educación superior, en el marco de las propuestas que el gobierno nacional a través del Ministerio de Educación Nacional (MEN) ha hecho a la ciudadanía. Después de varios días de presentación de los textos propuestos, me atrevo a decir que la reforma debe hacerse con visión de futuro y no más de lo mismo.
La palabra reforma connota de una manera directa a cambio, transformación. Reformamos porque queremos hacer de una realidad anterior algo novedoso. A partir de esta lógica es importante que la reforma a la educación superior manifieste en su articulado que hay espacio para el cambio y no lugar a incertidumbres. Que lo importante son las oportunidades que queremos traerle al sistema de educación superior y que ella misma responda a los desafíos que tenemos en distintos ordenes de la humanidad como por ejemplo la sostenibilidad del planeta, la democracia que construye bien común, la economía como un medio de bienestar para todos, la política como expresión de la noble caridad, la realidad del mundo del trabajo como posibilidad para desarrollar la innovación y creatividad, la inclusión y equidad social, entre otros. Comprender los factores fundamentales que impulsan los cambios es crucial y nos prepara de manera proactiva para lo que ya está en el contexto y también lo que viene en este momento de la historia. Así lo expresó la hoja de ruta publicada después de la Conferencia Mundial de Educación Superior de 2022 y el informe de la Unesco, Reimaginando juntos nuestro futuro: un nuevo contrato social para la educación.
En la propuesta de reforma que se nos ha hecho no alcanzo a comprender cómo va a hacer el camino para dar respuesta a los desafíos que genera el cambio demográfico en nuestra nación. Se dice que estos cambios suscitan contracciones en la demanda en la educación superior. Aunque todavía podría existir espacio para un mayor incremento de la tasa de matriculados en el sistema de educación superior, no podemos sentirnos triunfadores teniendo en cuenta estas amenazas demográficas en el país. Otro de los temas importantes que vale la pena que la reforma toque es el de la calidad y la pertinencia de esta. El presente y el futuro de la educación terciaria no pueden construirse sin tener en cuenta estos atributos, pero es importante reimaginar los marcos y los mecanismos con los cuales se desarrollan estas dimensiones. El cambio de enfoque en la evaluación de la calidad debe ser por los resultados de aprendizajes de los estudiantes y su coherencia con las necesidades del mundo real de los sectores. Lo importante son los procesos y los impactos. Los marcos nacionales de cualificaciones (NQF), con descriptores de nivel, proporcionan marcos integrales para definir estos resultados de aprendizaje. La relevancia de los programas de educación superior debe contar con la participación de las partes (academia y mundo real) para lograr esos enfoques innovadores que tanto requiere el país. También es importante tener en cuenta el surgimiento de vías de aprendizaje flexibles que ha permitido un mayor enfoque en la garantía de calidad para modalidades no tradicionales como el aprendizaje en línea y combinado.
La apuesta de una verdadera reforma debe colaborar para establecer ecosistemas de educación superior inclusivos que sean abiertos, transparentes, democráticos y participativos, fomentando una mayor calidad y relevancia en la provisión de esta.