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El mundo actual vive impactado por muchas realidades de incertidumbre y necesidades que hacen que el ser humano experimente sensaciones de crisis que no lo dejan vivir con firmeza y esperanza. En este contexto de realidad, la educación en torno a las ciencias humanas y sociales también se ha visto afectado en la perspectiva de su misión que es dar sentido al mundo y encontrar las respuestas más adecuadas, llenas de significado para construir la dimensión de felicidad y bienestar.
Las realidades que vivimos hoy de guerras, mundo económico plegado al interés particular, política tergiversada por las ideologías de toda ruta, sociedad atrapada por las autosuficiencias de los más poderosos y cultura tecnologizada en todo sentido, hace que los cuestionamientos sean de gran calibre y profundidad y que tengan que ser respondidos con el más alto nivel de seriedad y de urgencia. La pregunta básica es ¿cómo respondemos a vivir en un mundo cambiado?
Vale la pena detenernos un poco en el marco del frenesí del tiempo que nos ocupa, de las agendas y los cronogramas tan intensos con los que a diario nos enfrentamos, para reducir la velocidad, hacer un balance y desarrollar nuevos enfoques para las ciencias sociales y las humanidades. El nuevo enfoque con el que debemos enfrentar este mundo tan acelerado y complejo es el de la compasión. La compasión requiere más que neutralidad o intentos de objetividad, pide cuidado, sentir con, empatía. Esto atañe a los compañeros, a las instituciones y, sobre todo, a nuestros estudiantes y a la sociedad en general.
Necesitamos Instituciones Universitarias compasivas, que desafíen las tendencias de esta modernidad plagada de eficientísismos y dinámicas gerenciales que solo le importan los resultados de tipo económicos y nada más. A las instituciones de educación le deben importar las personas, sus situaciones profundas y serias, las necesidades y sus carencias, la capacidad de apoyar las dinámicas de relacionamiento entre todos, el cuidado de la naturaleza, los valores de apoyo y solidaridad entre todos y el aporte cierto que como ciudadanos podemos ofrecer para la construcción y realización de una sociedad cada día mejorada. La humanidad de todos es la que nos debe llamar la atención. Nos estamos dando cuenta de que también somos humanos y tenemos necesidades y responsabilidades más allá de producir.
Esta comprensión debe atesorarse y ser central en todo lo que hacemos. Hay mucho por hacer y los científicos sociales y humanistas sí que tienen una responsabilidad mayor para amplificar sus voces y proponer trabajar juntos en lugar de mantenernos separados. Solicitar ayuda equitativa y justa y poder participar en la reinvención de la sociedad, desde la economía ética hasta el cuidado sostenible de la naturaleza y, también, de la política de fraternidad y amistad social para lograr el bien común y la solidaridad social.
El mundo cambió y seguirá cambiando y, entonces, tenemos el deber asumir el enfoque humanístico de la educación y colocar sobre la mesa propuestas novedosas e innovadoras que construyan sentido de humanidad. Pensar de manera diferente es la clave para poder hacer algo por los demás de modo práctico. Construir el discernimiento de lo empático, hacer posible la dignidad humana y darle todo el valor que se merece es lo propio de un mundo académico que vela por aportar sentido a la sociedad.