MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
Globalmente, y en general incluso dentro de países, un aumento en la deuda pública no es un indicio de que estemos viviendo más allá de nuestras posibilidades, porque, tal como lo puso el Sr. Fatas, la deuda de una persona es el activo de otra (su publicación puede leerse aquí: bit.ly/1DXEu1d). O, tal como lo he dicho antes, la deuda es dinero que nos debemos a nosotros mismos; una afirmación obviamente cierta que, según he descubierto, tiene el poder de inducir intensa furia en mucha gente.
Piense en la historia que se presenta en el gráfico de aquí. Gran Bretaña no emergió empobrecida de las Guerras Napoleónicas de principios del 1800. El gobierno terminó teniendo mucha deuda, pero la contraparte de esta deuda fue que las clases propietarias británicas tenían muchísimos “consols”, o bonos gubernamentales.
Más que eso, como lo señaló en su blog el Sr. Fatas, deuda creciente puede ser una buena señal. Piense en mi pequeño modelo de deuda de dos clases (puede leerlo aquí: nyti.ms/LLEyFE), donde algunas personas son menos pacientes que otras, quizás (saliéndome un poco del modelo) porque tienen mejores oportunidades de inversión. En ese caso, moverse de un sistema financiero muy limitado que no permite mucha deuda a un sistema que de cierta forma tiene una mentalidad más abierta, debería ser bueno para el crecimiento y el bienestar.
El problema con la deuda privada es que tenemos buenos motivos para creer que, en sistemas financieros ampliamente abiertos, la gente se vuelve irracionalmente exuberante, endeudándose y prestando a un grado en que eventualmente comprende que es excesivo, y que hay enormes externalidades cuando todo mundo intenta desapalancar al mismo tiempo. Es una preocupación muy grande, pero no tiene que ver con exceso de consumo generalizado.
Y los problemas con la deuda pública también tienen que ver principalmente con posible inestabilidad, no con que estemos “pidiéndoles prestado a nuestros hijos”. En general, la retórica de los debates fiscales ha sido un disparate.