MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
Mientras escribo esto (4 de abril), el anuncio de China de una nueva ronda de aranceles en represalia atizó los miedos de una guerra comercial e hizo que los futuros en la bolsa se desplomaran. Si los futuros de esta mañana se mantienen, el índice S&P 500 estará un 10,5 por ciento por debajo de su punto máximo en enero, y alrededor de un seis por ciento por debajo de su nivel de cuando Gary Cohn, el último de los “globalistas” de Trump, fue despedido.
Mi pregunta es, ¿por qué una caída tan grande?
Una buena respuesta es… que es una pregunta tonta. Las reglas que hay que tener en cuenta al hablar sobre la bolsa de valores son (1) el mercado de valores no es la economía, (2) el mercado de valores no es la economía y (3) el mercado de valores no es la economía. Además, las acciones se mueven por todo tipo de razones o sin un motivo aparente. Es como aquella broma que hizo famosa el economista Paul Samuelson, quien dijo que el mercado de valores había predicho nueve de las últimas cinco recesiones.
Otra respuesta es que la guerra comercial es una señal: el presidente Trump, su asesor comercial Peter Navarro y otros están demostrando que en realidad son tan inestables e irresponsables como parecen y los mercados bursátiles están prestando atención. Imaginen cómo manejarían una crisis financiera estas personas.
A pesar de ello, me parece que vale la pena señalar que incluso si nos dirigimos hacia una guerra comercial a gran escala, los cálculos convencionales de los costos de una guerra como esa no se acercan para nada al 10 por ciento del producto interno bruto, bueno, ni siquiera al seis por ciento. De hecho, es uno de los secretillos sucios de la economía internacional: que los cálculos estándar de los costos del proteccionismo, si bien no son triviales, por lo general tampoco son impactantes.
No obstante, hay una razón por la cual los precios de las acciones podrían superar los costos económicos generales de una guerra comercial. Una guerra comercial que “desglobalizara” la economía de Estados Unidos requeriría una enorme reasignación de recursos, incluyendo capital. Sin embargo, uno va a una guerra comercial con el capital que tiene, no con el que acabará queriendo, y las acciones son afirmaciones del capital que tenemos ahora, no del capital que necesitaremos si Estados Unidos entra de lleno a la economía al estilo Trump.
O, dicho de otro modo, una guerra comercial produciría muchísimos activos inmovilizados o recursos infrautilizados.
Primero, sobre el costo de la guerra comercial (esta es la parte un tanto especializada, así que están en libertad de solo darle una ojeada rápida, y no se preocupen si les parece incomprensible, siempre y cuando estén dispuestos a aceptar la conclusión, en aras del argumento).
Los costos del proteccionismo, según la teoría económica convencional, no muestran que los aranceles hayan ocasionado la Gran Depresión, ni nada por el estilo. Más bien, se originan cuando apartamos nuestra economía de las cosas que en las que somos relativamente buenos y la acercamos a aquello en lo que somos malos. Los trabajadores estadounidenses podrían coser las partes de una prenda, en lugar de importar ropa de Bangladés; de hecho, seguramente producíamos más pijamas por persona/hora que los bangladesíes. Sin embargo, nuestra ventaja productiva es mucho mayor en otras cosas, de tal modo que hay una ganancia de eficiencia —para ambas economías— en que nosotros nos concentremos en las cosas que hacemos mejor.
Una guerra comercial, dado que impone costos artificiales como los aranceles al comercio internacional, acaba con esa especialización productiva, haciéndonos a todos menos eficientes.
Mediante algunas suposiciones heroicas, podemos asignar cantidades al tipo de costos involucrados. Estrictamente hablando, deberíamos hacerlo usando el “equilibrio general” y modelando la economía en su totalidad. Sin embargo, otro secretillo sucio de la economía internacional es que uno puede acercarse bastante con el “equilibrio parcial”; es decir, basta considerar el mercado de las importaciones como si fuera el mercado de un solo producto que representa una porción pequeña de la economía.
En la gráfica de esta página, la línea inclinada descendente es la demanda de importaciones como una función de su precio, medido en relación con el precio de los productos
domésticos. Conforme al libre comercio, importamos cualquier cosa que cueste menos producir en el extranjero que en casa. Si imponemos un arancel, acabamos no importando productos salvo que el precio de la importación sea lo suficientemente bajo como para seguir siendo más barato, incluso con el arancel. Entonces, el producto marginal que importamos en realidad es mucho más barato que un producto nacional, y el producto marginal que no importamos le cuesta mucho a la economía; en específico, el arancel que habríamos pagado si sí lo hubiésemos importado.
Si se imaginan el proceso de aumentar el arancel paso por paso, entonces en cada paso estamos imponiendo costos a la economía iguales al costo adicional del producto doméstico que sustituye a una importación. El costo total del arancel se representa por el área del triángulo en la gráfica: la reducción en las importaciones ocasionada por el arancel, multiplicada por (aproximadamente) la mitad de la tasa arancelaria (alguien se preguntará: ¿y qué hay de las exportaciones? Están incluidas de manera implícita en este cálculo. Créanme).
Entonces, ¿qué haría una guerra comercial? Supongamos que Estados Unidos fuera a imponer un arancel del 30 por ciento de modo generalizado y que otros países actuaran en represalia de tal modo que no hubiera mejora en lo referente al comercio en Estados Unidos (más cuestiones técnicas en las que no quiero entrar). ¿Qué tanto reduciría esto el comercio? Depende de la elasticidad de la demanda de importaciones; una cantidad razonable parece ser alrededor de cuatro. Esto significaría una caída en las importaciones del 15 por ciento del PIB a alrededor de un cinco por ciento, con lo que tendríamos una reducción de diez puntos. A su vez, eso significa una reducción en el ingreso real de Estados Unidos de alrededor del 1,5 por ciento.
Evidentemente, este es solo un cálculo ilustrativo; he tratado de usar cantidades razonables, pero no les hagan tanto caso. Sin embargo, lo que sí sugiere es que hasta una guerra comercial que hiciera retroceder la globalización de manera drástica no impondría costos a la economía comparables con los tipos de movimiento que hemos visto en los precios de las acciones.
No obstante, los costos para la economía en general podrían no ser un buen indicador de los costos para los activos corporativos existentes.
Desde aproximadamente 1990, los corporativos estadounidenses han apostado fuerte a la hiperglobalización: a la continuidad de un régimen de mercado abierto que ha alentado la creación de complejas cadenas de valor transfronterizas. La computadora portátil en la que estoy escribiendo esto fue diseñada en California, pero probablemente la ensamblaron en China y muchos de sus componentes provienen de Corea del Sur y Japón. Apple podría producirla en su totalidad en América del Norte, y tal vez lo haría si hubiera aranceles del 30 por ciento. No obstante, las fábricas que se necesitarían para hacer eso no existen (todavía).
Mientras tanto, las fábricas que sí existen se construyeron para atender la producción globalizada, y muchas de ellas quedarían marginadas, e incluso llegarían a ser inútiles, a causa de aranceles que rompieran esas cadenas globales de valor. Es decir, se volverían activos inmovilizados. Llamémosle el impacto anti-China.
Claro que no solo las fábricas estarían de sobra a causa de una guerra comercial; lo mismo sucedería con mucha gente. El argumento de un famoso ensayo sobre el “impacto de China”, cuyos autores son los economistas David Autor, David Dorn y Gordon H. Hanson (que pueden leer aquí: bit.ly/2Iu9P3), no era que el crecimiento rápido hiciera que Estados Unidos fuera más pobre en general, sino que los cambios rápidos en la ubicación de la producción desplazaban a un número considerable de trabajadores, creando dificultades personales y dañando a sus comunidades. La ironía es que el impacto anti-China ocasionaría exactamente lo mismo. Al menos a mí me importa más el impacto en los trabajadores que el impacto en el capital.
Pues bueno, mi pregunta original era por qué las acciones están cayendo mucho más que los posibles costos de una guerra comercial para la economía. Y la respuesta, sugiero, es la perturbación, que a los líderes empresariales les encanta celebrar en su retórica, pero que odian cuando les pasa a ellos.