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Algunas veces las malas políticas dan lugar a economía interesante. Por ejemplo, el desastroso giro hacia la austeridad después de 2009 fue una especie de experimento natural que condujo al afloramiento de buen trabajo en los efectos de la política fiscal.
Estoy comenzando a pensar que la guerra comercial trumpiana, que parece ya estar aquí, conducirá a un buen trabajo en materia de política económica internacional. Claro está que la gente en el poder ignorará este trabajo, al igual que lo hizo con el de política fiscal. Sin embargo, vale la pena llevarlo a cabo.
En este ensayo, voy a ofrecer algo de análisis y algunas cantidades con base en un hilo de pensamiento que comienza con el evidente desdén del presidente Trump hacia Japón y termina en Atlanta, Nueva Orleans, y Búfalo, Nueva York.
Mi punto de partida es un aspecto peculiar de la marcha atrás de Trump en lo que respecta a los aranceles al acero. La aparente justificación de estos aranceles fue la seguridad nacional, pero como se observó a todas luces desde el inicio, aunque probablemente haya sido toda una revelación para los seguidores de Trump, la mayoría de las importaciones de acero a Estados Unidos provienen de aliados estadounidenses. Ahora, Trump ha otorgado exenciones a aliados que vician en gran medida el supuesto propósito del ejercicio.
Sin embargo, hay un país que destaca debido a que no se le han otorgado exenciones: Japón. ¿Por qué no se le otorgaron?
Una razón puede ser que los japoneses, como sabemos, no son blancos.
Otra respuesta puede ser que Trump, quien a menudo parece tener ideas fijas sobre el mundo que desde hace mucho son obsoletas —por ejemplo, cree que las ciudades estadounidenses están inmersas en una enorme ola de delincuencia—, todavía vive en la era de Michael Crichton, cuando Japón iba a controlar el mundo en cualquier momento.
Sin embargo, una tercera respuesta podría ser que Estados Unidos tiene un déficit comercial con Japón y que Trump cree que (a) un déficit comercial significa que estamos perdiendo mientras que otros están ganando y (b) el proteccionismo determina las balanzas comerciales.
Ambos supuestos son evidentemente falsos. En realidad, las balanzas comerciales son la otra cara de los flujos de capital; los países que reciben más capital extranjero del que ellos mismos invierten en otros países deben, con base en la mera aritmética, tener déficits de cuenta corriente (es decir, incluyendo los rendimientos de las inversiones). A la inversa, los países que son exportadores de capital tienen superávits de cuenta corriente.
El Japón actual es un país que en realidad debería estar teniendo superávits de cuenta corriente, por una razón poderosa: la demografía. La población en edad laboral de Japón disminuye rápidamente. Esto significa que las oportunidades de inversión son limitadas, de tal modo que Japón es un país que debería estar invirtiendo sus ahorros en el extranjero.
Sin embargo, el argumento de que los superávits comerciales suelen reflejar debilidad, mientras que los déficits comerciales son un indicador de fortaleza, es un argumento que no convence fácilmente. Además, los motivadores demográficos de los desequilibrios comerciales por lo general son mucho menos claros que esto.
No obstante, esto me puso a pensar: ¿qué sucede con las regiones al interior de Estados Unidos? Tenemos tasas de crecimiento marcadamente diferentes entre las distintas áreas metropolitanas, motivadas principalmente por la migración entrante y saliente. No hay barreras proteccionistas que empañen la imagen, y sin duda alguna el capital tiene una alta movilidad dentro del país.
Por desgracia, no contamos con datos integrales de la balanza de pagos regional. Pese a ello, gracias a los investigadores de Brookings Institution, ahora tenemos mucha información sobre las importaciones y las exportaciones de las áreas metropolitanas (en ambos casos, de y hacia otras partes de Estados Unidos y el resto del mundo). No estoy seguro de qué tan confiable sea usar estos datos para calcular balanzas comerciales, pero permítanme hacer un intento.
Los datos solo abarcan bienes; no incluyen servicios ni transferencias de ingreso como, por ejemplo, los comprobantes de pago de la Seguridad Social, que, como veremos en breve, pueden hacer una gran diferencia.
Así que echemos un vistazo a las áreas metropolitanas con los más grandes déficits y superávits comerciales de bienes.
Primero, los más grandes déficits (los datos son de 2010, en miles de millones de dólares):
Washington,
D.C.: -86.000 millones de dólares
Miami: -68.000 millones de dólares
San Francisco: -41.000 millones de dólares
Atlanta: -35.000 millones de dólares
Baltimore: -33.000 millones de dólares
Entonces, Washington tiene un enorme déficit de bienes; básicamente, lo que exporta es basura. Literalmente: los desechos son el único producto en el que tiene un superávit. Con todo, este déficit de bienes presuntamente se compensa con los servicios, tanto del presupuesto federal, como de cuestiones como los pagos a los cabilderos. Mi hipótesis es que Baltimore está casi en la misma situación.
Mientras tanto, Miami vende un clima cálido a los ciudadanos de la tercera edad, que viven principalmente de la Seguridad Social y Medicare.
La gran sorpresa del déficit en este caso, para alguien con una percepción trumpiana de las balanzas comerciales, con toda seguridad sería Atlanta, que ha sido una de las áreas metropolitanas estadounidenses de más rápido crecimiento, con un 24 por ciento de aumento en la población entre 2000 y 2010. Además, estamos hablando de un gran déficit, de alrededor del 13 por ciento del producto interno bruto metropolitano. ¿A qué se debe?
La respuesta, seguramente, es que el déficit es un reflejo del crecimiento de Atlanta: estamos hablando de la construcción de muchas viviendas, conjuntos de oficinas y así sucesivamente, y buena parte de eso está financiado por entradas de capital provenientes del resto del país.
A continuación, los superávits más grandes:
Los Ángeles: +63.000 millones de dólares
Memphis: +29.000 millones de dólares
Greensboro, Carolina del Norte: +18.000 millones de dólares
Corpus Christi: +18.000 millones de dólares
Nueva Orleans: +15.000 millones de dólares
Los Ángeles es una zona metropolitana muy grande, pero una cuyo crecimiento se ha reducido bastante: se quedó sin más terrenos y las restricciones de zonificación han evitado que las construcciones crezcan de manera vertical. Así que su población aumentó solo un 3,7 por ciento de 2000 a 2010. En consecuencia, probablemente se haya convertido en un gran exportador de ahorros excedentes y, por ende, en una ciudad con enormes superávits comerciales, de alrededor del 9 por ciento del PIB (quizá la cifra sería mucho mayor si contáramos con los datos de servicios).
No he investigado lo suficiente para saber qué sucede con las tres ciudades de en medio, pero ¿sabían que Nueva Orleans tiene enormes superávits comerciales? Créanme, son realmente grandes: casi el 20 por ciento del PIB en 2010.
Ahora, no creo que mucha gente consideraría que Nueva Orleans es un ganador en lo que a la economía respecta. De hecho, su población disminuyó un 11 por ciento de 2000 a 2010, en parte debido al huracán Katrina, pero también en respuesta a problemas mayores. Precisamente este declive significa que los ahorros que se generaron en Nueva Orleans se van a otra parte en busca de rendimientos.
Podemos ver lo mismo en ciudades más pequeñas con poblaciones en declive. El área metropolitana de Búfalo-Niagara Falls experimentó una disminución del 3 por ciento en su población durante la década de 2000; en 2010 tuvo un superávit comercial del 22 por ciento del PIB.
¿Qué sucede con la Gran Manzana? El área metropolitana de Nueva York presentó un pequeño déficit comercial de bienes —de un 1,6 por ciento del PIB— en 2010, pero gracias a la industria financiera tuvo un enorme superávit en servicios (recuerden, estamos hablando del área metropolitana, no solo de la ciudad de Nueva York, así que hay muchas exportaciones de bienes de, por ejemplo, farmacéuticas de Nueva Jersey). Así que, en general, se trata de una economía de grandes superávits, no porque esté creciendo rápido, sino porque a pesar de la inmigración su población general está creciendo lentamente.
Entonces, en resumen: dentro de Estados Unidos tenemos enormes desequilibrios comerciales regionales que no reflejan políticas comerciales “injustas”, porque el comercio interestatal es totalmente libre. Además, tener superávits comerciales no es un indicador de éxito, como tampoco tener déficits es un signo de fracaso. En todo caso, la mayoría del tiempo es al revés: las regiones de rápido crecimiento tienen déficits y las regiones que se estancan presentan superávits.
Los mismos principios aplican a nivel internacional, y estoy seguro de que los expertos en el gobierno de Trump le explicarán al presidente por qué su postura en este tipo de cuestiones está totalmente equivocada.
Ay… momento.