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A muchos les divierte la insistencia de Rush Limbaugh en su programa de radio respecto de que las advertencias sobre el huracán Irma fueron un complot liberal, parte de la gran conspiración para asustarnos con el cambio climático, además de ser un truco para vender baterías y agua embotellada (poco después él mismo evacuó su mansión de Palm Beach).
Pero si creemos que se trata solo de Limbaugh nos estamos olvidando de lo más importante. Las teorías conspiratorias descabelladas acerca del cambio climático no son una aberración de la derecha, sino la norma. Casi todos los funcionarios de alto nivel involucrados en las políticas energéticas y ambientales del gobierno de Trump son negacionistas del cambio climático y la mayoría opina que la ciencia es un fraude. En este caso, el presidente Trump no está ignorando a la clase dirigente republicana: estas personas son las que dirigen el partido.
No hablamos solo del cambio climático. El hábito de acusar a todo aquel que diga o haga algo que no les guste alegando que sus motivos son siniestros es una práctica generalizada de la derecha. Pensemos en el columnista George Will, a quien hay que reconocerle que ahora es un firme antitrumpista.
No olvidemos su declaración de 2011 de que a los progresistas les gustan los trenes no porque sean un medio efectivo de transporte. No, la verdadera razón detrás de la pasión que sienten los progresistas por los trenes es “su propósito de mermar el individualismo estadounidense a fin de hacernos más susceptibles al colectivismo”, escribió Will en Newsweek.
O consideremos al congresista Paul Ryan y a John Taylor, profesor de economía en Stanford, cuando atacaron la política de flexibilización cuantitativa de la Reserva Federal de Estados Unidos en 2010, con la afirmación de que no se trataba de impulsar a una economía débil. No, todo aquello era para ayudar al presidente Obama: “Esto se parece mucho a un intento de echarse para atrás con las políticas fiscales, y dichos intentos ponen en duda la independencia de la Reserva Federal”, escribieron Ryan y Taylor en una columna de Investor’s Business Daily (esto sucedió cuando los republicanos aparentaban estar preocupados por los déficits).
Limbaugh es como un buen saco de boxeo debido a su naturaleza repulsiva en general y a que su huida de Florida es un gancho al hígado perfecto. No obstante, el estilo paranoide en los debates políticos es bastante universal en la derecha moderna.