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Analistas 30/11/2021

Al rescate de la ética

Paula García García
Conductora Red+Noticias

Con obviedad y algo de prepotencia solemos asumir los seres humanos todo lo que tiene que ver con la integridad y la transparencia. Casi que con obsesión, pretendemos dar por sentado que siempre somos honestos, pero resulta que no hay tal. Una vez aterrizamos en el día a día y nos topamos de frente con las tentaciones, entendemos que, a menudo, es la debilidad la que nos gobierna.

Han pasado más de tres décadas desde que la filósofa española, Adela Cortina, empezó a hablarle al mundo de las complejidades de la ética. De la importancia de ejercerla y del sinnúmero de sufrimientos que nos evitaríamos si le diéramos el lugar que se merece.

Si la tomáramos en serio. Con vehemencia, afirma, desde entonces, que la ética forja el carácter, también los buenos hábitos y nos enfoca en ese mínimo de valores que deben prevalecer en la vida en sociedad.

Aunque en la práctica parecería ser fácil de aplicar, el manoseado principio en realidad se escabulle, sabe ser esquivo. Colombia lo ha comprobado y lo ha padecido.

En los últimos años hemos sido testigos de episodios tan incoherentes como la extradición del fiscal anticorrupción, nada más y nada menos, que por corrupto.

Hemos visto caer honorables magistrados a quienes su rectitud terminó tambaleando y, acabaron por desilusionarnos, cientos de desfalcos, malversaciones y entramados. Cada tanto, nos quedan debiendo, los llamados a dar ejemplo, una cita con la conciencia y la moral.

¿Por qué cuesta tanto ser ético? La reflexión ni está pasada de moda ni puede engavetarse
Ahora, el reciente escándalo por presunto plagio de la presidenta de la Cámara, Jenifer Arias, revive el debate. No se robó un peso, dirán algunos, tampoco mató a nadie, refutarán otros. Y sí, puede que la supuesta infracción, a simple vista y comparada con otros sucesos, luzca menos grave.

Sin embargo, de llegar a comprobarse, lo que habría de fondo en este caso sería una clara falta a la verdad. Un engaño. Plagiar es un delito y con las que aparentan ser pequeñas acciones se empieza a perder el rumbo.

Al contrario, son diversas las instancias y las instituciones las que están en mora de hacer, de dicho cuestionamiento, una cavilación constante sin fecha de caducidad. Hay que seguir indagando, escudriñando, hasta encontrar e intervenir sus raíces.

Es mandatorio que tanto el papel de la academia en su rol formativo como el grado de responsabilidad que le compete a la familia se revisen y se fortalezcan. En tanto del tema poco nos ocupemos y se minimice su relevancia, estaremos expuestos a una transformación social casi que caníbal. A una involución en las conductas. A un retroceso en las maneras.

Las nuevas generaciones, esas que no conciben límites ni barreras, enfrentarán enormes desafíos. Estarán abocadas, mucho más de lo que nos ha tocado a nosotros, a constantes dilemas en los que la ética pedirá salir al baile. La tarea no da espera. Hoy, más que nunca, los que vienen detrás tienen el compromiso de abrazarla, consentirla y apropiarla.

Ante la crisis de confianza que atraviesa el planeta, salir al rescate del proceder, desde el lado correcto, debe convertirse en una causa común. Mientras más cruel e insensible se vuelve el mundo más personas con hambre de honradez necesita esta tierra.

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