MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
En Colombia, podríamos escoger desde ya la palabra del año. Sin importar los sucesos venideros de este naciente 2024; seguro, asedio, ganaría con enorme ventaja. Y es que no se trata solo de la osada arremetida contra la Corte Suprema de Justicia, hecho de la mayor gravedad, por supuesto. Se trata, también, de narrativas hostiles hacia actores, instituciones y sectores.
Asediar, significa sitiar. Incluso, su definición en la Real Academia de la Lengua, RAE, explica que consiste en ‘cercar un lugar fortificado para impedir que salgan quienes están en él o que reciban socorro de fuera’. Nada que agregar, ¿verdad? El pasado 8 de febrero lo vivimos y lo entendimos. Sin embargo, la escueta palabrita es, entre otros, sinónimo de agobiar y aislar.
Pero, ¿a qué viene tanta minucia? La respuesta se desnuda al recapitular lo que han sido los últimos 18 meses para el país: una seguidilla de episodios en los que descalificar e ignorar se volvió costumbre mientras, ocupado en pontificar y amparado en una retórica que reta a la institucionalidad, el Gobierno se distrae de su responsabilidad de gestionar. Por eso vamos como vamos. Basta con mirar el PIB 2023 o el deterioro del orden público en las regiones.
Hay una justificada tensión en el ambiente. La perciben las Cortes, el Legislativo ―a pesar de sus particulares vaivenes―, y la padecen los entes de control. Igual sucede con los gremios que siguen degradados a categoría de patitos feos. Cada uno, desde su campo de acción, se ha sentido abrumado (entiéndase, agobiado) y excluido (interprétese, aislado) de las que deberían ser dinámicas respetuosas y apegadas a las normas.
Lo que hoy tenemos es un diálogo de sordos, un acuerdo nacional condenado a la utopía y un asedio que se abre camino matizado en sus múltiples formas. La situación es más delicada de lo que parece con delgadas líneas que intentan correrse. Por eso, en hora buena, muestra su temple el magistrado Gerson Chaverra. A escasos días de asumir su cargo, ha defendido con vehemencia la independencia del alto tribunal. Argumentado, sin apasionamientos y con talante democrático.
Ahora, cuando en una nueva desbandada dejan sus cargos las pocas voces mesuradas que todavía rodeaban al Presidente y se van, además, sorprendidas por el ‘extraño’ estilo de liderazgo que encontraron, el Ejecutivo se radicaliza con posturas que más parecen obsesiones. Declaraciones que incentivan la división, delirios de persecución y total desconexión, son el común denominador.
Cual si con discursos y mensajes en X las problemáticas se solucionaran, lo urgente, que espere. El desempleado sigue sin encontrar trabajo, el inversionista se niega a recuperar la confianza y comunidades de tanto en tanto denuncian estar confinadas. La prioridad parece ser la confrontación.
Incontables han sido los llamados a la mesura. Ninguno escuchado. Es más, el senador Humberto de La Calle reparaba en la importancia de recuperar los ‘mecanismos formales para la discusión política y romper la tiranía esquizofrénica de las redes’. Esa que tan dañina resulta cuando abusa enceguecida por el poder aniquilador que sabe que tiene.
El asedio se configura, entonces, de múltiples maneras. No siempre se requiere de un lugar fortificado para cercar ni se hace imperativo coartar la movilidad para decretar su ocurrencia. La palabra, con irresponsabilidad lanzada, puede producir el mismo efecto.