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Femenina por naturaleza, sexy en consecuencia, objeto de morbo, por defecto, aseguran entonces y con orgullo, cientos de voces desatinadas que por desgracias todavía encuentran eco. La minifalda, que nació para convertirse en el mayor manifiesto de libertad de las mujeres, sigue condenada a un uso temeroso y restringido. El pulso, parece mentira, aún lo gana el rampante machismo.
En el marco de una nueva conmemoración del Día Internacional de la Mujer amerita hacer un repaso por la reivindicación del derecho a vestirnos a nuestro antojo. Un capítulo cuyos mínimos avances se develan en la hostil interacción social que deben enfrentar los pocos centímetros de tela más famosos del mundo.
Para la muestra, un breve recuento:
Una sola prenda, una única lectura: las mujeres seguimos coartadas. Mientras persistimos en la lucha por cerrar brechas laborales con las que a cuenta gotas alcanzamos espacios de equidad; estar condenadas a la dictadura de los pantalones, intentando prevenir ‘situaciones incómodas’, es, a todas luces, una derrota.
En la batalla perdida me incluyo. No me atrevo a asistir a ciertos lugares en falda corta; mucho menos a tomar transporte público y por la cabeza ni se me pasa salir a caminar luciendo una. De solo pensarlo, la sensación de vulnerabilidad se apodera de mi ser. La narrativa que nos graduó de provocadoras ahora nos tortura.
Seremos libres y podremos decretar igualdad de condiciones el día que sintamos confianza para decidir cuándo, por qué y dónde queremos dejar al descubierto piernas y piel. Cuántas CEO tenemos, importa. Qué tanto hemos acortado la diferencia de sueldos frente a los hombres, es un útil indicador. En qué porcentaje hemos superado la discriminación en los procesos de reclutamiento, aporta. Sin embargo, persisten micromachismos que resultan muy dañinos.
Hoy tenemos que hablar, por ello, de conquistas femeninas sin derecho a minifalda. Craso error en el que hasta nosotras, sin querer queriendo, terminamos contribuyendo. Ante la censura, la respuesta ha sido adaptarnos y aceptar que existen escenarios inapropiados. En deuda estamos, como sociedad, y esto incluye a todos los actores e instituciones, de poner punto final a la comodidad que ofrece normalizar situaciones que de normales nada tienen.