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Incertidumbre, menuda palabrita que empezamos a escuchar desde el inicio de este Gobierno. Sinónimo de desasosiego, antónimo de tranquilidad y certeza. Sensación con enorme potencial para arrastrar, a cuenta gotas, el temido efecto dominó.
Al principio, nos parecía sobre utilizada, casi hambrienta de protagonismo y deseosa, incluso, de regodearse con el pánico. Consiente, lo irradiaba a su paso. Algunos la señalaban de ser un invento de orillas contrarias y otros la miraban de reojo buscando ignorarla. Sin embargo, el tiempo, que siempre cobra y nada se guarda, ha ido develando su fuerza expansiva y su potente capacidad de involución.
El gasto de los hogares, el comercio, la inversión, las bolsas y los mercados reaccionan con negativismo a escenarios inestables. Lo entienden de sobra los economistas, como Gustavo Petro, mientras la gente, quien en verdad lo padece, lo intuye con a una pequeña dosis de sentido común. Equivocado resulta pensar que las debacles tienen estrato y afectan, cual si de odio de clases supieran, únicamente a las élites. La desconfianza la pagamos caro al unísono. Quizá duela distinto, pero pasa cuenta de cobro sin compasión ni distingo.
¿Para qué alimentar un país divido y asustado? ¿A quién le sirve? ¿A quién le conviene? Decía el actual mandatario, en su discurso de posesión, que sería el presidente de todos los Colombianos. Hoy, a menos de un año de gestión, rompe su promesa. Gobierna nublado por el activismo, sesgado y, con preocupante facilidad, olvida o se rebela ante lo que significa ser el jefe de Estado en un Estado de Derecho. El líder de una Nación.
Gremios, analistas, opositores; también aliados, se lo han repetido hasta el cansancio: ‘Colombia necesita mensajes que transmitan confianza’, ‘hay que construir sobre lo construido’, ‘las reformas solo son sostenibles si son fruto del consenso’. No obstante, en Casa de Nariño, siguen apostando a la estrategia de los oídos sordos. Deliberar, tal parece, ha sido excluido del vocabulario que practican en Palacio.
El país no va bien, Presidente. Aparte de los conocidos traspiés de la economía con la volatilidad del dólar, la inflación - que de forma tardía comienza a ceder -, además del histórico aumento en las tasas de interés; enorme daño hacen la forma y el fondo a los que se apostó en el relacionamiento institucional. Tampoco ayuda radicalizar posturas y, mucho menos, descuidar la seguridad al punto de perder control territorial. De esa pesadilla, aún con sobresaltos, veníamos despertando.
Sobre el particular, un dato que amerita profunda reflexión: cuatro suman ya las compañías petroleras que anuncian devolución de contratos por falta de garantías para ejercer con integridad su labor.
Pesa el bolsillo, los colombianos frenan proyectos futuros e inquieta el irrespeto por la separación de poderes. Como si fuera poco, se reta la firmeza de la Constitución y con una ‘paz total’, que marcha en reversa, la zozobra se intensifica. Todo, en nueve meses.
Menos balcón a título de fortín. Menos retóricas confusas y amenazantes. Más empeño y seriedad en preservar, con hechos, la senda de la democracia. El respaldo popular, del que usted tanto habla, Presidente, de manera indefectible, riñe con la angustia del presente.