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Banalizadas y, a menudo, el escenario propicio para cruzar las líneas de las buenas maneras; la función de las redes sociales como poderosa herramienta democrática cobra cada vez mayor relevancia. Megáfonos de expresión, mecanismos de difusión e importantes vitrinas de denuncia; no pueden ser silenciadas.
Su papel protagónico, benefactor de la autonomía, lo conocen las tiranías. Por ello las regulan, las vigilan y en los casos más extremos, las prohíben. Basta con mirar a Corea del Norte, dictadura por excelencia, en donde mantienen aislada a su población de lo que acontece en el exterior o echar un rápido vistazo a Rusia y China cuyos gobiernos, a conveniencia, crearon sus propias plataformas. Un probado modus operandi al servicio de una estrategia que resulta efectivamente castradora.
Los regímenes autoritarios hace mucho entendieron el valor de la libre circulación de la información y lo riesgoso, para sus objetivos, de abrir la puerta a comunidades reflexivas con capacidad de discernir y derecho a contrargumentar. Nada tiene de casual que en medio de la crisis política, desde su cuestionado trono, Nicolás Maduro, comience a temerles.
3.000 millones de usuarios activos en Facebook, casi 2.500 millones en Youtube, 2.000 millones en Instagram, 1.500 en Tiktok y 611 en X, por estos días tan contestataria, dan cuenta de su sagrado rol en la defensa de las libertades civiles. Rentable resulta atacarlas mientras imperativo es defenderlas.
Abrumadoras, pero necesarias y con innegables debates éticos de por medio, son una vía imprescindible para combatir la represión. La pelea no es contra Elon Musk ni los dueños de Meta. Es contra la democracia. Una afrenta a la diversidad de voces, ideologías y opiniones. Gracias a ellas el planeta ha podido ser testigo de las violaciones a los derechos humanos y las detenciones arbitrarias en Venezuela. Gracias a ellas la oposición ha podido difundir su legítima lucha.
Hoy, cuando el dictador parece enquistarse y se nos empieza a volver paisaje lo que ocurre en la que hace más de dos décadas era una nación libre; el universo digital, por fortuna, se niegan a dejar morir una causa que pretenden invisibilizar con retóricas apalancadas en ataques fascistas. De consolidarse la nefasta idea de reglamentar las redes sociales a la que apunta el régimen, la oposición quedaría en una especie de jaque mate.
La sutil mordaza en realidad persigue una licencia para seguir amedrentando, adoctrinando y, sobre todo, sosegar el ímpetu de la comunidad internacional. En la práctica, poco efectivo. Sin embargo; necesario. Del aislamiento al olvido hay un pequeñísimo paso. Que lo digan los cubanos. En la isla, los presos políticos, que ya sobrepasan los mil, dejaron de ser noticia y los ‘influencers’ son llevados a juicio por criticar al sistema. Sulmira Martínez, una joven de 22 años que se expone a una condena de 10, el caso más reciente.
Quienes podemos hacerlo lo hemos normalizado. No obstante, decir lo que pensamos y tener la posibilidad de conectarnos con el mundo se constituye en un valor innegociable. Larga vida a las redes sociales.