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Analistas 06/04/2024

El Presidente candidato

Paula García García
Conductora Red+Noticias

La polarización se profundiza con la misma intensidad que el tono sube y una retórica, cargada de acusaciones, obnubila la escasa ejecución de este Gobierno. Un presidente candidato se hace el desentendido y, desde su nuevo rol, con astucia, esquiva responsabilidades para escudarse en promesas que adorna, incluso, con vibrato.

La que antes asomaba tímida, la idea de una constituyente, se robustece y toma forma de obsesión. Cada vez, con menos sutileza, cualquier escenario se transforma en plataforma de difusión y toda coyuntura, acompañada de un sensible halo de estigmatización, sirve de justificación para echar leña a la fogosa propuesta que algunos, confiados, subestiman.

Los antioqueños, la federación de cafeteros, los empresarios barranquilleros y hasta Bocagrande, en Cartagena, terminaron convertidos en los blancos recientes de un jefe de Estado que, tal parece, olvidó aquel “decálogo de compromisos” que compartía, visiblemente nervioso, en su primer discurso como mandatario.

En ese entonces, 7 de agosto de 2022, frente al legislativo y dirigiéndose al que llamó su pueblo, aseguró que dialogaría con todos, “sin excepciones ni exclusiones”. Que la suya sería una administración de puertas abiertas para todo aquel que quisiera conversar sobre los problemas del país y, a renglón seguido, añadía: “Se llame como se llame, venga de donde venga. Lo importante no es de dónde venimos, si no a dónde vamos. Nos une la voluntad de futuro, no el peso del pasado”.

Dicha tarde, el mensaje resonó poderoso. Matizó temores. A muchos, invitó a creer. “Tenemos que decirle basta a la división que nos enfrenta como pueblo. Yo no quiero dos países, como no quiero dos sociedades”. “Los retos y desafíos que tenemos como nación exigen una etapa de unidad y consensos básicos. Es nuestra responsabilidad”, cerraba contundente su intervención un Gustavo Petro que pretendía mostrarse equilibrado y sereno. Un efímero Gustavo Petro, por cierto.

Ahora, cuando mínimas, por no decir nulas, lucen las intenciones de tender lazos, se abre camino la confrontación como única vía de interacción. Ante el sistemático desprecio, las regiones se sublevan y el Ejecutivo responde radicalizando sus posturas. Sin ánimo de desescalamiento, pone en marcha una campaña anticipada aunque no exista reelección, afina su incansable dedo inquisidor, se vuelve impositivo y retador.

La pregunta es si Colombia resiste esta dinámica hasta 2026 y qué arrastra a su paso, en el entre tanto, el revanchista cuadrilátero. Ese, en el que se enfrentan los políticos, pero por cuyas consecuencias pagan los ciudadanos.

Reducir las discusiones a asuntos de derecha o izquierda, cual suele hacer el Presidente, banaliza el debate mientras recrudece las divisiones y alimenta resentimientos. Nefasto camino de dañino estancamiento. Hoy, el país se ve más como una bomba de tiempo que como una nación. Dispuesto a estallar en cualquier momento. Alerta y en desasosiego.

El devenir de los hechos demuestra que, al final, sí se impuso el peso del pasado, sí importó de dónde venimos en lugar de para dónde vamos. Confirma que duró poco el deseo de unidad y jamás llegaron los concesos básicos. Quizá, en realidad, nunca existió tal disposición.

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