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Este 19 de junio, los colombianos asistiremos a las urnas movidos por una trilogía de sensaciones que podrían ser tan similares como opuestas. Dos de ellas, marcadas por un halo revanchista, se pelean codo a codo con aquella que idealiza. El hastío, el desespero y una buena dosis de ilusión, se encargarán de dar el empujón final frente al tarjetón. ¿Qué pesará más?
Hasta el cansancio nos han repetido que los resultados de la primera vuelta presidencial reflejan el rechazo hacia la clase política tradicional y un marcado deseo de cambio. Sin embargo, los no tan inesperados sucesos de último momento hacen el diagnóstico obsoleto. En menos de tres semanas, muchas cosas cambiaron.
Por un lado, los de siempre, con mínimo asomo de vergüenza y la habilidad propia de las liebres, se acomodaron.
En cuestión de días, diluyeron la que pretendía consolidarse como la promesa de renovación. Sin querer queriendo, graduaron de continuismo la campaña de Gustavo Petro. Mientras tanto, en la esquina opuesta, el outsider de la contienda, consiguió desafiar e incomodar al establecimiento. A punta de desparpajo, sinceridad desmedida y una visión gerencial del manejo del Estado, el ingeniero, se transformó en la oferta disruptiva. Ni su contrincante pudo predecir tal fenómeno.
Ahora, con un competidor indescifrable pisando sus talones, el aterrizaje del santismo en pleno y la revelación de los denigrantes videos, al Pacto Histórico le está costando argumentar que representa lo nuevo. Rodeados de los que por años han movido los hilos del poder, acabaron en más de lo mismo.
Se respira incertidumbre y confusión. No obstante, los requerimientos sociales se mantienen inamovibles. La gente sigue reclamando equidad, empleo, que saquen a los corruptos y que haya seguridad. ¿Qué decisión tomarán entonces los que van a votar emberracados?, ¿los que anhelan dar un portazo a las élites y enterrar el pasado? ¿Qué harán los que le tiene pánico a la dupla Petro-Márquez?, ¿hacia dónde moverá ese temor profundo su veredicto? ¿Qué papel jugará la esperanza?
Se agota el tiempo para tomar partido. La figura de la segunda vuelta, que en Colombia introdujo la Constitución de 1991, lejos está de ser un asunto menor. Sin importar si el escenario, como vaticinan las encuestas, termina en voto finish, legitima al ganador. Faculta al vencedor para tomar las riendas y echar a andar, a partir del 7 de agosto, su concepto de país.
Por donde se mire, la del próximo domingo, será una jornada arriesgada. Recogerá los frutos de la rabia y los oídos sordos. Pasará factura a la ausencia de liderazgo y profunda desconexión del Gobierno saliente. Exhaustos, y más divididos que nunca, recibiremos al que llegue. Sea quien sea, la tendrá difícil. Entre otras cosas, porque para los que esperan un mesías, nada será suficiente.
Tarde entenderemos que el desgaste emocional de los últimos meses poco habrá servido. Que, después de dejarnos meter en las dañinas dinámicas de los políticos y aguantarnos el despelote, a la misma bolsa irá a parar el destino de más de 50 millones de almas. Frustrados, ilusionados o mamados, tendremos que continuar viviendo y conviviendo. Los servicios y el mercado no se pagan solos.