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Ad portas de una frenética segunda vuelta a la presidencia, el año electoral deja un inquietante escáner de nación. Un diagnóstico precedido por una de las campañas más agresivas de los últimos tiempos y varias lecturas que en realidad son lecciones.
Las promesas incumplidas de los gobernantes, la inseguridad sin techo, la arremetida de los grupos violentos, la coyuntura internacional y los cambios en la región, alimentaron una contienda marcada por la guerra sucia y el populismo. En tres semanas, el veredicto será definitivo. Sin embargo, al margen de quién salga ganador, el país necesita mirarse al espejo.
Aunque suene paradójico, la mayor de las enseñanzas la aportó la Registraduría. Con su cuestionado desempeño, recordó, a un país entero, que la confianza en las instituciones es pilar fundamental de una sana democracia. La base de la legitimidad de los procesos. En un ejercicio deliberativo, la credibilidad jamás puede estar en entredicho.
Ahora, la preocupación recae en cómo recomponer el daño que se ha hecho. Entre el mal diseño de los formularios E14 y las inexplicables demoras para certificar los testigos electorales de casi todos los partidos, el registrador, Alexander Vega, acabó con la reputación de una entidad que por años ha representado garantías y libertades. Su incompetencia resulta imperdonable.
También sirvieron estos meses de plaza pública y correrías para desnudar el hastío. La gente se cansó de los políticos tradicionales. Ya no les creen ni los respetan. Las nuevas audiencias prefieren propuestas ligeras que calmen su desazón. Que les digan lo que quieren oír. Poco o nada cuestionan qué tan realizables son las promesas y, producto de la decepción, desestiman los riesgos. Los ilusiona pensar que algo distinto pueda pasar.
Atrás quedaron los estadistas, los debates con altura. Hoy, los votantes se conectan con discursos contestatarios. Poco llaman su atención aquellos con carácter conciliador mientras se imponen otras formas de comunicación. Atacar al contario y convertirse en tendencia hace parte de las estrategias modernas que, al parecer, funcionan.
Los recientes resultados, además, corroboran que los colombianos son de extremos. La floja acogida de la candidatura que intentó representar las banderas del centro terminó en desbandada y con un respaldo en las urnas para echar al olvido. La vieja discusión revive: quizá, el centro, en materia política, no existe.
Para reflexionar, queda la necesidad de repensar las prohibiciones vigentes alrededor de la participación en política. A excepción, por obvias razones, de las Fuerzas Militares y la Policía, más de un show mediático se evitaría al aceptar que todo ser humano, por naturaleza, es afín a alguna ideología. Inamovible debe seguir siendo, eso sí, la muy apetecida Ley de Garantías. Hay que descartar, de plano, nuevos intentos de reforma.
Como tarea pendiente, una evaluación social: el derecho a la libre expresión, incluso del voto, se tiene que respetar. Crucificado terminó el gran Egan Bernal, artífice de tantas glorias para un pueblo al que las alegrías le son esquivas, por hacer público su apoyo. ¡Absurdo!
Por último, una pregunta para discutir en el mediano plazo: Las encuestas influencian al electorado, construyen fenómenos y sepultan candidatos. ¿Qué pasaría si no existieran?