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Dardo al aire, lanzado. Un país, con razón, alborotado. Empieza a ambientar, el Presidente, lo que unos temían y otros preveían: la idea de una asamblea nacional constituyente. Atiborrados de juiciosos análisis, quizá, ya se ha dicho todo alrededor de tan desafiante propuesta. Sin duda, una caja de Pandora. No obstante, poco se ha reparado en el contexto escogido para dar vuelo a una iniciativa que podría cambiar para siempre el futuro de Colombia.
La escena, se describe sola: Cali, epicentro del orquestado estallido social de 2021. Puerto Rellena, base de operaciones, en ese entonces, de la devastadora primera línea. De nuevo, la minga indígena en pleno. Telón de fondo, el Monumento a la Resistencia. ¿Casualidad? Difícil creerlo.
La capital del Valle, desparpajada, calurosa, salsera; por cuenta de su ubicación geográfica se convirtió, casi que de rebote, en el corazón de las rebeldías. Hasta allí, una particularidad libre de reproches. Llevar la contraria es un derecho. Sin embargo, cuando las reivindicaciones se manipulan y las inconformidades se instrumentalizan los objetivos se desdibujan. A cambio, emerge, una dañina degradación social.
Los caleños, lo vivimos. Fueron meses de odiarnos unos a otros, de increparnos, de atacarnos y descalificarnos. De incendiar las calles, de destruir lo público, de mancillar la reputación de un pueblo que dejó de despertar elogios. De convertirnos en sinónimo de terror, violencia y miedo. De graduarnos de sucursal, pero del infierno.
Por eso ahora, es ofensivo, humillante e incluso revictimizante con una sociedad que padeció la peor manifestación de polarización de nuestra historia reciente que, justo cuando la ciudad comienza a levantarse y busca con enorme esfuerzo reconciliarse, sea el propio jefe de Estado el que vuelva a poner el foco en el lugar de la discordia. Que pronuncie, desde donde lo hizo, el que podría calificarse como el discurso más incitador en lo que lleva de mandato.
¿Vamos a permitir que se repita la historia? ¿Otra vez Cali agitadora de sublevaciones? Confío en que la respuesta sea un contundente, no. Una tarea que está en la obligación de liderar el alcalde Alejandro Eder quien, por cierto, se hizo elegir con las banderas de la unión y la ciudadanía en su conjunto, consciente de las probadas nefastas consecuencias, tiene el compromiso de rodearlo sin titubeos.
Nada bueno nos quedó de aquellos días de bloqueos, desabastecimiento, tomas, persecuciones armadas y rostros cubiertos. Los daños colaterales se repartieron en igual medida para las distintas orillas y renacer de las cenizas sí que nos ha costado.
Si el presidente Petro insiste en una constituyente, pese a sus débiles argumentos, tendrán que ser las vías institucionales las que marquen el derrotero. Abrir la puerta o cerrarla de tajo. En ningún momento debe hacerlo una horda adoctrinada y desestabilizadora. En ningún momento debe permitir el Valle del Cauca consolidarse como el bastión de revueltas que pretendan suplantar el orden democrático.
Dicho sea de paso, el debate hay que tomarlo en serio. La discusión trasciende, y de lejos, los elaborados y poéticos versos del gran Antonio Machado que por estos días algunos recuerdan.