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Obsesión, compromiso preelectoral o genuino deseo. Mientras el debate sigue abierto, el proyecto de paz total del Gobierno Petro parecería, con todos los peligros que implica, estar salido de control. Al igual que sucede con los métodos de crianza en niños y adolescentes, la permisividad solo arrastra descaro e irrespeto.
Disidencias de Farc amenazando a comerciantes en Jamundí, municipio ubicado a escasos 20 kilómetros de Cali, la capital de un departamento. Carnavales suspendidos y cientos de personas huyendo despavoridas, a plena luz del día, en Balboa, Cauca, por cuenta del ‘patrullaje’, como pedro por su casa, de ese mismo grupo ilegal. Cese de operaciones contra el terrorífico Clan del Golfo: así están las cosas tras los primeros anuncios de una ley que carece de rigor y pide a gritos ajustes responsables.
Los colombianos no podemos mirar para otro lado cuando los reportes del Ministerio de Defensa y la Policía Nacional registran un aumento de 27% en el atroz delito del secuestro y cuando, además, nos cuentan que se trata de la cifra más alta en los últimos cinco años. Tampoco podemos hacernos los desentendidos frente a las mal llamadas retenciones de comunidades que impiden a las Fuerzas Militares cumplir con su mandato de ejercer y preservar la legítima autoridad del Estado.
Un Estado que, por lo visto, y debería inquietarnos qué tan a conciencia, está haciendo a un lado sus obligaciones. Ante nuestros ojos asistimos, de nuevo, a la masiva pérdida del control de los territorios cual sucedió en los tenebrosos años 90 y principios del 2000. Es por ello que preocupa que comprando lealtades bajo el discurso de perdón y olvido, que no siempre vale, sumado a una directriz de brazos caídos, volvamos a esa Colombia acorralada y traqueta que los de mi generación con dolor aún recuerdan.
Sin ánimo de vaticinar una catástrofe, pero acudiendo a la sensatez, temo regresar a los oscuros días de las pescas milagrosas, de carreteras cooptadas por sanguinarios criminales restringiendo nuestras libertades. De fronteras invisibles. De actores armados, arrodillando una nación.
¡Qué en las zonas alejadas de nuestra geografía esto nunca ha cambiado!, señalarán unos. ¡Qué es una testarudez carente de argumentos culpar a un gobierno por el hecho de ser de izquierda!, afirmarán otros. Sin embargo, al margen de una ideología y sus apuestas, enciende las alertas que se sobrepasen y desconozcan los límites. Tanto para aquello que se ofrece como para lo que a los linderos del Ejecutivo compete.
Hace bien el Presidente en reconocer que el Fiscal General tiene razón en ciertos temas y en asegurar que quiere evitar una discordia institucional. Un giro de postura inesperado, es verdad. No obstante, dicen que a la gente hay que creerle. De modo que, por la salud de la democracia y el bienestar de este país, del que tenemos que negarnos a salir corriendo, esperemos que la reunión Petro-Barbosa contribuya a establecer reglas de juego transparentes, sin vericuetos y, lo más importante, respetuosas del equilibrio de poderes.
Por lo pronto, contrario a lo que presagiaba en campaña el hoy ministro Alejandro Gaviria, la explosión, luce en lo más mínimo controlada. La paz total, como va, pinta mal. Bastante mal.