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Reza el adagio popular que una golondrina no hace verano. Sin embargo, la política colombiana, por defecto, tragicómica, está cada vez más cerca de condenar a categoría de mito la mentada sentencia.
En medio de un Congreso que luce despelotado, nuevos y disonantes liderazgos sorprenden. Con tono aguerrido y cuando sin remedio creemos naufragar, jóvenes rostros alzan su voz frente a los que prefieren la comodidad del toma y dame de transacciones vende patria.
Menores de 40 años o rondándolos, preparadas y con argumentos, las Katherines ―Miranda y Juvinao―, junto a Jennifer Pedraza, Carolina Arbeláez y Andrés Forero; se consolidan como representantes del sentir de millones de colombianos que impotentes presencian la mayor muestra de improvisación que haya padecido este país en décadas.
Las tres primeras, petristas desilusionadas, pero con la altura necesaria para reconocer que la gestión del presente se aleja del proyecto que apoyaron. Las otras dos, figuras de oposición que se suman al viejo conocido de la vida pública, David Luna, quien también se ha ganado un lugar destacado dentro de aquellos que encienden las alertas que tocan y luchan por poner freno a tanto disparate que se obsesiona con alzar vuelo.
Necesarias sus posturas en medio de la compleja coyuntura que las y los está poniendo a prueba. Más saludable, aún, el recambio. Nuestra dolorida democracia pide a gritos razones para volver a creer en sus políticos. Para reconciliarse con el sistema. Es por ello grato, en estos tiempos de crisis, contar con renovadas resistencias dentro del que empezó siendo un legislativo complaciente.
Sus reparos, al igual que sus contrapropuestas (oídas mas no escuchadas), incomodan en Casa de Nariño mientras muy importantes han sido en el ejercicio de acercar a la ciudadanía a la comprensión de los rimbombantes textos, desbordados de artículos, con los que deciden en las cuatro paredes del Capitolio cambios trascendentales para el futuro de una nación.
Denuncias de micos, ambigüedades, vacíos, vicios de trámite y contundente rechazo a las convenientes votaciones en bloque, han frenado la que prometía ser la aplanadora del cambio. El Gobierno insistirá claro, en su tarea de ‘convencer y sumar apoyos’ y nadie se atrevería a pronosticar que no puedan lograrlo. La predisposición del ser humano a ceder a sus intereses particulares juega un papel determinante. Los negociadores sí que lo saben.
El panorama, por tanto, recrudecerá. No obstante, que surjan nombres que se tomen en serio el debate e intenten desafiar las enquistadas maneras; es un alentador síntoma. Es más, como ciudadanos deberíamos procurar una mejor vigilancia a esos procedimientos que parecen tan técnicos. Incluso; deberíamos llevar juicioso listado de los que se comportan cual si legislar fuese un botín que fija un alto precio por asentir sin cuestionar.
Con facilidad olvidamos exigir lo que nuestro derecho a elegir per se nos concede. Con facilidad olvidamos cobrar en las urnas las volátiles gestiones. Por algo dicen que los pueblos tienen los gobernantes que merecen. Colombia se enfrenta a un deseo casi enfermizo de reescribir la historia y presa de tal afán desconoce cualquier avance. ¿Cuántos más dispuestos a subirse al bus de la responsabilidad y el compromiso?