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Hace bien Federico Gutiérrez al poner sobre la mesa el rol del empresariado en la transformación profunda que Colombia reclama. A muchos causó curiosidad que el candidato a la Presidencia sugiriera a los privados crear un bono de gratitud económica como reconocimiento extra a sus colaboradores. Lo tacharon de populista e incluso de socialista. Sin embargo, la propuesta, que eclipsó la guerra sucia que se tomó la contienda, se ocupa de una problemática que aviva las voces antisistema.
La iniciativa recuerda la urgencia de recomponer un matrimonio que tras el estallido social de hace un año quedó a las puertas del divorcio. Pone de manifiesto la necesidad de encarar los pendientes y profundas reflexiones que dejaron tan oscuros días. Demanda maneras de tramitar la inconformidad que encontró en el lenguaje de la destrucción un camino para llamar la atención. Hay que reconstruir, cuanto antes, los resquebrajados puentes. Derrumbar, con hechos, los incendiarios argumentos.
Sector productivo y sociedad, están obligados a deconstruir la dañina retórica que en medio del descontento halló eco. Que creció como espuma de la mano de un discurso cargado de utopías y rebosado de odio. Ni la desigualdad se combate a punta de subsidios ni las empresas son el enemigo que explota y esclaviza. Tampoco progresa un país improductivo, ni sobreviven los procesos en ausencia del factor humano. Es simple, nos necesitamos los unos a los otros.
Al parecer, después de la debacle, lo empieza a entender Venezuela. Ahora, Nicolás Maduro, en la sin salida, pretende privatizar lo que en el pasado expropio Hugo Chávez. Sabe que a pasos agigantados se desmorona su estrategia del papá Estado benefactor que todo provee y controla. Se le acabó el tiempo para seguir fingiendo que puede echar a andar una economía dando la espalda a empresarios e inversionistas.
Por eso, en esta bella tierra en la que pese al fracaso del vecino se volvió obsesión satanizar el modelo capitalista, la terapia de reconciliación debe fijar sus esfuerzos en nuevos y rezagados frentes. Sin dejar de lado las cuestiones altruistas, los generadores de empleo y los poseedores de grandes capitales, tienen que ir más allá. Demostrar que están a tono con las inquietudes del presente.
Un capitalismo consiente sí es posible. También entornos organizacionales más solidarios y empáticos. Nuevas visiones, de empresas semillero de oportunidades, abiertas a enseñar, a proveer de experiencia en lugar de exigirla. De industrias dispuestas a sacrificar utilidades a cambio de mejores salarios. De compañías comprometidas con en el bienestar y la calidad de vida de su gente. Se necesita casi que una renovación de votos. Reafirmar que existen cientos de razones para continuar caminando juntos.
No obstante, como en todas las relaciones, los aportes son compartidos. Volver a creer, además de valorar a quienes se la juegan por poner en marcha proyectos productivos y hacer realidad ideas de negocio, sería un buen comienzo. El drama detrás de la posible liquidación de Justo & Bueno y la incertidumbre por la solicitud de despido masivo que anunció Coltejer, deberían servir para dimensionar lo imprescindible de cada eslabón de la cadena. Apoyo mutuo, estabilidad jurídica y sentido colectivo, es la fórmula para salvar este matrimonio herido.