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No es un tema menor la reflexión sobre el concepto de verdad que dejó la reciente aparición pública de Ingrid Betancourt. Su intervención ante la comisión que debate tan sensible tema provocó un remezón en una sociedad que parecía dormida frente a los descaros de los antiguos jefes de las Farc. Oportuno cuestionamiento en medio de las pretensiones de algunos de maquillar lo evidente.
Sinceridad, exactitud, realidad y franqueza, cuyos significados hablan por sí solos y no dejan lugar a ambigüedades, figuran entre los sinónimos de una palabra cada vez más desprestigiada y políticamente manipulada.
En el marco del posconflicto se construyó todo un discurso alrededor de la validez de las “verdades de cada una de las partes” y nació una sutil retórica que condujo a un relativismo tan doloroso como peligroso de lo que ocurrió en más de 50 años de insurgencia.
Amparados en los grises, quienes siempre fungieron como cabezas visibles de una guerrilla sanguinaria, en sus versiones ante la Jurisdicción especial para la Paz (JEP) hábilmente aprovechan. Niegan haberse enterado del reclutamiento de menores en sus filas y jamás haber tenido conocimiento de violaciones y abortos. Según ellos, no estaban al tanto de la minucia de lo que sucedía en otros frentes que no fueran los suyos, y si pasó, nunca lo supieron.
Las víctimas, en el último lugar de la fila, escuchan impávidas una nueva versión de la verdad que hace carrera para ser aceptada en nombre de la reconciliación. Se resiste a desligarse de la memoria nacional aquella frase que desde los años noventa tanto daño ha causado al país: “todo fue a mis espaldas”.
Aceptar retazos de percepciones como cimiento para la reconstrucción de los acontecimientos solo produce impunidad y la impunidad genera desconfianza. La verdad, en este caso, fueron los cientos de violaciones a los derechos humanos que ante los ojos del mundo se llevaron a cabo. Solo así debe ser relatado.
Por eso ahora, cuando acertadamente los exmiembros de las Farc reconocen que secuestraron, al fin llaman por su nombre a tan atroz delito y empiezan a hacer públicas sus comparecencias ante la JEP, lo que debe aceptarse como verdad tiene que ser ponderado por todos los colombianos.
Exigir que exista una sola versión válida de los hechos es más que un deber de la sociedad. Es una obligación. Ojalá la ciudadana se tome el tiempo de escuchar las versiones libres y se pierda el miedo al debate abierto. La transparencia es la mejor medicina frente al escepticismo.
“Una nación que olvida su pasado no tiene futuro” decía Winston Churchill. En momentos en los que el llamado es a comprometerse, qué bien haría al país recordar frases sabias que encierran verdades absolutas.