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Observando la interacción entre las personas en una empresa u organización, me encuentro constantemente con la cultura, preocupante y perversa al mismo tiempo, del pesimismo. Cuando hablo de pesimismo me refiero a varias prácticas y frases que utilizan los colaboradores, incluso entre ellos mismos.
Se trata de la cultura de la queja, de la crítica y del juzgamiento que se da al interior de miles de empresas, en la que la gente es llamada a reuniones para ser puesta en la silla del culpable, para cantarle la tabla de todos los errores que ha cometido. Se encuentran correos escritos manifestando “la profunda preocupación” por una situación u otra, copiando además a toda la organización para generar estrés, pánico y ansiedad y, como si de niños se tratara, van a contarle al jefe lo que hizo su par, sin siquiera hablar primero con la persona para solucionar el problema.
Y, si a esta pésima práctica, se le mezclan frases como “yo no le pago por pensar”, se genera un efecto de pesimismo sin salida. Dicha frase, además, lleva a que en realidad la gente no piense, y aun así se pretende que el empleado haga bien su trabajo, lo cual contiene una gran contradicción.
De acuerdo a los estudios científicos y experimentos hechos en diferentes empresas, el cerebro no puede pensar de forma estratégica, creativa o coherente cuando hay ansiedad, estrés o miedo, ya que se va a su versión más primitiva reptil, en la que está trabajando única y exclusivamente por la supervivencia, para atender necesidades básicas. Si una empresa, junta directiva, jefe o colaborador pretende que su gente pueda ser creativa, esfuércese por crear motivación, emoción, compromiso y así verá que se generan resultados con un excelente clima laboral. Se debe trabajar en cambiar la cultura del pesimismo por una cultura mucho más saludable que es la del optimismo.
Por muchos años se creyó en un tipo de liderazgo directivo, fuerte y humillante, pero con la llegada de miles de enfermedades y además de un vehículo de comunicación como la tecnología, se empezó a ver la necesidad de un cambio, en el que el liderazgo si bien debe ser fuerte se debe ejercer desde la motivación, innovación y creatividad. En el que, al contrario de lo que se pensaban anteriormente, a los colaboradores “se les paga por pensar”, por crear, por ser mejores seres humanos, pues la empresa debe ser una escuela de valores, en la que ellos sean promovidos en un clima sano. 95% de los diagnósticos de felicidad organizacional realizados muestran cómo el primer reto al que se enfrentan hoy las empresas y que afecta su productividad, es la falta de comunicación asertiva, apropiada y las relaciones interpersonales.
Algunas recomendaciones para pasar de una cultura de pesimismo a la del optimismo. Primero, modificar el lenguaje, tanto en correos como en reuniones: utilizar lenguaje positivo. Hay formas diferentes de plantear retos, expectativas en resultados y de solucionar las diferencias de forma asertiva, sin que se tomen las críticas o sugerencias como algo personal. Segundo, el famoso café contigo: los espacios de café contigo deben ser utilizados como un espacio de co-creación de soluciones, no de quejas. Tercero, crear su propio indicador de actitud: muchas empresas pretenden que la gente tenga una buena actitud, pero no se promueve la cultura de la buena actitud, ni tampoco se define qué es o qué se espera de una persona. Cuando se logran establecer las metas, las expectativas, se enseña a todos a tener una actitud positiva y de servicio. Recordemos que fue para eso para lo que llegamos a este hermoso mundo, para tener buena actitud, para ser felices, por supuesto, cumpliendo nuestras obligaciones.