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Una de las preocupaciones que embarga a los habitantes del mundo y para el caso a los de Colombia, es el de la seguridad, lo que obviamente no es nada nuevo, pues fue uno de los factores que causó la formación del Estado, las personas que pretendieron organizarse necesitaban satisfacer tres necesidades: seguridad, defensa y justicia. Hoy estos factores se mantienen vigentes, aunque se les han adicionado otras demandas que buscan mejorar la calidad de vida de todos los ciudadanos.
Hace algunos años en 1.938, Norbert Elias estableció que el ser humano con el avanzar de la historia iba consiguiendo una mejor organización social, gracias a que las personas con el afán de mejorar su convivencia, adquirían hábitos de conducta que mejoraban su vida en comunidad. Este aporte de Elias lo recoge Steven Pinker, para determinar que en este proceso de la civilización, el ser humano cada vez se ha vuelto menos violento, lo que indica que sin lugar a dudas el ser “civilizados” ha hecho más grata la vida del ser humano, pues sería atroz seguir actuando como los seres medievales que Erasmo trató de educar con el primer tratado de urbanidad en el siglo XVI.
Yo me alineo con Pinker y pienso que efectivamente el ampliar la mente del ser humano y el reconocimiento del otro, si hace mejores personas. Buena parte de estas mejoras se le deben a la educación (tan cuestionada en nuestro país), para lo cual se puede citar por ejemplo a lo acontecido en los siglos XVII y XVIII, momento en que en Europa se logró aumentar la alfabetización en la población, consiguiendo un cambio exógeno que ayudó a desarrollar la revolución humanitaria, algo en que la novela tuvo un alto protagonismo, al conseguir despertar empatías y emotividades en los lectores, que se identificaban con los personajes de las obras.
Muchas cosas acontecieron después de esta época citada, y la verdad es que si se observa con detenimiento, cada etapa histórica muestra siempre avances en las formas de gobierno y en las mecánicas que rigen la vida en comunidad. Por lo tanto hay que hacer una reflexión y dejar de citar esa manida frase de que “todo tiempo pasado fue mejor”, muy por el contrario, todo tiempo presente es mejor, ¿o será que las personas quieren regresar a los tiempos de la inquisición?, o a la hipocresía de la vida social de la era victoriana que invadió al mundo, en la que decía Thorstein Veblen que a la mujer se la sometía por detalles como su forma de vestir, reduciéndola a la actividad del hogar; o al contexto de la Guerra Fría donde constantemente se infringían los derechos humanos y se patrocinaban dictaduras, con todos los atropellos que ello significó. Cabe recordar, la forma como se le reconocieron los aportes dados por uno de los matemáticos más brillantes de la historia como fue Alan Turing, quien a una corte edad en 1.936, planteó una serie de operaciones matemáticas sencillas que bastaban para calcular cualquier fórmula matemática o lógica calculable, diseñando una forma viable que fue un prototipo de los ordenadores actuales, este y otros aportes trascendentales legó este hombre de ciencia, pero tenía una situación particular, era homosexual, y por ello el gobierno británico lo detuvo, le retiró la habilitación de seguridad, lo amenazó con la cárcel y lo castró mediante métodos químicos, lo que lo orientó al suicidio a los 42 años en 1.952. Esto por no mencionar otros magros ejemplos testimonio de situaciones vergonzosas para la humanidad incivilizada, que dan pábulo a que efectivamente todo tiempo presente es mejor.
Cabe recordar, que fue hasta después de la época de la hecatombe que significaron las dos guerras mundiales, cuando la preocupación por la humanización del actuar de los gobiernos, se hizo patente, haciéndose desde este momento, obligatorio en el discurso político incluir el tema de los derechos humanos y la justicia social. Lo que conllevó a instaurar Estados de Bienestar en los países industrializados, siendo los modelos a imitar por los países en vías de desarrollo. Pero dentro de este mismo escenario, el contexto de la Guerra Fría dio espacios para que se realizaran experimentos sociales que terminaron generando más muertes que las guerras mundiales, dejando un pasado de amargas experiencias en el proceso de conseguir la civilización. Barbaridades como la matanza de Tatlelolco en México o la de Tiananmen, no se han vuelto a repetir, porque aunque no lo creamos, hoy los gobiernos se ven en la obligación de respetar los derechos humanos.
En todo este escenario internacional, vale la pena recordar que para América Latina este ha sido un proceso de duras experiencias, en donde el romanticismo de la década del 60´, y los problemas sociales de la región, legaron como herencia grupos guerrilleros en varios países, lo que no habría sido manejado adecuadamente por los gobiernos de turno, tal como lo describe Fernando Gaitán, para quien en el caso colombiano, este fenómeno dejó una disponibilidad de capital humano criminal, que se hizo fuerte ante la debilidad del sistema judicial al terminar la época de la violencia en Colombia y por otro lado, el impulso de las bonanzas marimberas y esmeraldíferas terminaron por consolidar actividades criminales que hasta el momento no se han podido erradicar. En palabras de Daniel Pécaut, la delincuencia desorganizada ante las faltas de estrategias adecuadas de seguridad, terminó alimentando la delincuencia organizada. Toda esta situación terminó desembocando en el narcotráfico, que se convirtió en el combustible de la violencia en el país, más sin embargo como dice Camilo Echandía, no es el único generador de ella, más bien lo que pasó, fue que éste encontró un ambiente contaminado en que proliferaron fácilmente unos malsanos hábitos. Todo esto dio paso para que en nuestra querida patria, se conformaran grupos al margen de la ley como guerrillas y paramilitares, lo que se podría tomar como parte del aprendizaje en el proceso de la civilización.
Hoy se quiere cerrar este amargo ciclo de violencia, pero para eso no solo se requiere que se firme un acuerdo en Cuba, se necesita mucho más, esta urgencia demanda de ciudadanos más solidarios que permitan el avanzar en la búsqueda de un país más civilizado en el que la violencia sea un recurso olvidado para resolver las diferencias, en el que el civismo no dé lugar al supuesto astuto que burla las normas para agilizar sus trámites, sin tener en cuenta que con su actitud y actuar está perjudicando a los demás, incluso a él mismo. Hoy necesitamos que el proceso de la civilización cale en la mente de todos los colombianos, para hacer una Colombia más justa y grata.
Hoy la incertidumbre del proceso de paz tiene en vilo a los colombianos, un país entero está a la expectativa de que el proceso de la civilización también haya calado en los grupos guerrilleros, y se den cuenta que la violencia no es el mejor método para conseguir cambios sociales, o mejores modelos de gobierno. Los colombianos son conscientes que en el proceso de paz, tal como lo dice Jorge Iván González, habrá que perdonar lo imperdonable, porque eso es lo que muestran otros procesos de paz en el mundo, que pueden servir como modelos para el nuestro. Pero sin lugar a dudas, se requiere que los grupos alzados en armas acudan a medios no violentos para buscar sus objetivos. En definitiva, tal como lo ha hecho Pinker, vale la pena retomar a Elias y acudir al proceso de la civilización para mejorar la convivencia de los colombianos.