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Después de cuatro años, en 1918, la Primera Guerra Mundial, La Gran Guerra, terminó el lunes 11 de noviembre a las 11 de la mañana. Una guerra imbécil, como todas, en la que murieron entre 20 y 23 millones de personas, marcó cambios trascendentales para el mundo. Aunque Latinoamérica no fue un frente de batalla, el conflicto dejó huellas en lo económico, político y social.
Colombia, un país exportador de café y tabaco, productor de oro y con inversiones de extranjeros, aunque no significativas en cantidad pero sí en impacto, sufrió con fuerza la repentina pérdida de los mercados europeos, un golpe devastador para muchos empresarios. El escenario se complicó aún más debido al acceso limitado a préstamos y bienes de capital, lo que dificultó el crecimiento sostenido de los negocios, agravado por la caída en los precios del café, que afectó a miles de personas en la cadena de esta importante industria.
El gobierno tuvo que recurrir a las reservas de oro, enfrentar la depreciación de la moneda y apoyarse en los 25 millones de dólares pagados por el gobierno de los Estados Unidos como indemnización por la pérdida de Panamá. La guerra generó nuevas dinámicas en los mapas de poder mundial y marcó un punto de inflexión en el cambio del epicentro comercial e industrial, que pasó de Europa a Estados Unidos, ahora la nueva potencia mundial para Colombia y sus vecinos. Los países de América Meridional —Argentina, Chile, Brasil, Uruguay y Paraguay— mantuvieron una fuerte influencia europea.
La resiliencia de empresarios y emprendedores colombianos encontró en la Gran Guerra, pese a la tragedia, una oportunidad debido a la reducción de las importaciones de productos europeos. Esto impulsó el desarrollo de industrias locales, como la producción de textiles, alimentos procesados, cigarrillos y productos básicos, promoviendo una visión de autosuficiencia y diversificación. Se exploraron nuevas oportunidades comerciales y se fortalecieron sectores agropecuarios, como el banano y la caña de azúcar, que, aunque incipientes en ese momento, comenzaron a cobrar fuerza.
La incertidumbre de la guerra y la necesidad de estar informados a través de los medios, así como las cartas de familias de inmigrantes europeos en Colombia (muchas de las cuales enviaron a sus hijos varones a la guerra) y de colombianos que estudiaban en Europa, generaron nuevas corrientes de pensamiento, influenciadas por ideologías europeas y estadounidenses. Estos nuevos aires con presencia en Panamá, Colombia y Venezuela también influenciaron movimientos artísticos, literarios y sociales en Colombia, enriqueciendo el debate político, económico y cultural, y llevando a un nuevo entendimiento de las relaciones internacionales y del orden mundial.
La Primera Guerra Mundial, aunque aparentemente lejana en términos de conflictos bélicos para Colombia, dejó una marca indeleble en el desarrollo del país y de la región. Los desafíos estructurales de un país completamente endogámico y en conflicto permanente revelaron la necesidad de modernización, de una democracia más sólida y de una economía más robusta, con roles gubernamentales mejor definidos en cuanto a políticas públicas y manejo económico, que generaron cambios estructurales determinantes para el siglo XX.
En el contexto suramericano, durante el siglo XX, mientras algunos países lograron aprovechar y potenciar oportunidades de diversificación a través de mano de obra calificada y talento proveniente de la migración durante las posguerras (Mundiales y Civil Española) y crisis económicas, como fue el caso de Brasil, Argentina, Perú, Uruguay, Paraguay y Chile; Colombia se negó y se sigue negando a recibir personas preparadas, conocimiento, empresas, experiencia y capitales de origen extranjero con leyes restrictivas, galimatías de procedimientos y requisitos caprichosos.