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El valor de la palabra, el crédito sin costo, el conocimiento de gustos del cliente, el horario extendido, la atención personalizada, la especialidad en sus productos y el interés auténtico por su cliente, las familias y la comunidad son el valor agregado de los tenderos y las tiendas de la esquina, que son y seguirán siendo la forma de proveeduría en las poblaciones y barrios en las ciudades.
La tienda, la panadería, la carnicería, la de rancho y licores (ahora charcutería), la miscelánea, la lechería, además de ofrecer productos acorde con su gusto, capacidad económica y circunstancia, también ofrecen productos de cosecha, cuidan los niños mientras llegan sus padres, dan razones, guardan llaves, prestan plata y hasta dan información de los vecinos, aclaran rumores, dan consejos y regalan una ñapa.
Hoy, en este mundo impersonal y vertiginoso, hay grandes cadenas de supermercados que ofrecen todos los productos alimenticios y para el hogar en un mismo local con seguridad privada y parqueadero. Son lugares grandes, ordenados, iluminados, con productos muy bien lavados, empacados, debidamente plastificados, nadie le conversa, nadie le pregunta y se puede pagar con tarjeta de crédito a tres, seis o 12 meses con los intereses bancarios.
La cadena de proveeduría y logística en el primer caso es el tendero quien va a las centrales de abastos o centros de acopio, paga en efectivo y en un camioncito de acarreos moviliza las compras, o los mismos agricultores, avicultores, ganaderos y los distribuidores de productos procesados le llevan el surtido. La habilidad aritmética debe servir para calcular el costo del arriendo, servicios públicos, ayudante, mermas y ñapa.
En el segundo caso son los campesinos, fabricantes e importadores, quienes solicitan que les codifiquen el producto, les llevan a las bodegas sus productos, esperan 60 días, pagan las promociones y asumen las mermas. Por su parte, el supermercado tiene un modelo financiero que da para pagar las bodegas, los cuartos fríos, los servicios públicos, la nómina de compradores, acomodadores, gerentes, mercadotecnistas, cajeros, aseadores, celadores, financieros, etc.
No hay un modelo mejor que otro, pues uno es un dinamizador de empresas al ser comprador a gran escala, es generador de empleo formal de gran escala y tributador de impuestos. El otro modelo es cohesionador, líder comunitario, arreglador de conflictos, soporte a las familias y consejero con disponibilidad sin horario.
En este contexto de precios altos en los alimentos, impactados principalmente por el exagerado costo de los combustibles para el transporte que está tasado a precios internacionales, (siendo su producción monopolio del Estado) y el inalcanzable valor del dólar, por motivos conocidos, que se usa para pagar 70% de los alimentos importados para personas y animales (empezando por el maíz), el futuro de Colombia estará en volver a la tiendas de barrio, donde los costos de transacción son más baratos, le fían, dan ñapa y llegan a sofisticaciones como son vender las porciones para diario que va desde la cucharada de aceite, la bolsita de azúcar o la tasa de frijoles; o también visitar los pueblos donde los campesinos sacan sus productos y cosechas a las vías, o hacer el mercado en las tiendas del pueblo a precios realmente buenos, pues ahí es poca la intermediación, es poco el costo de transporte y bajo el costo de servicios.