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¿Alguna vez pensó que la escuela te estorba como una mosca en la sopa de su educación? Quienes pasamos por varias instituciones educativas sabemos que las escuelas y universidades, en su mayoría, no tienen en su misión algo así como “formaremos gente de carácter, de esos que son éticos y, si se puede, hasta racionales”.
No. Más bien, parece una lista de chequeo de materias donde le metieron más álgebra que sentido común.
Así, aún tenemos algunos profesores, esos que ven su trabajo como un trámite que cumplen sin preparar las clases, con pereza y desgano, moldeando con su mala actitud y arrogancia a las futuras “élites” de funcionarios, políticos, empleados y empresarios.
Y aquí viene el giro inesperado: aunque ostentan títulos como si fueran medallas olímpicas, lo único que demuestran es una habilidad sobresaliente para esquivar valores y ética. Es casi un talento!
Los exámenes internacionales no mienten y revelan que la fiesta de la educación no va bien: rajados porque no comprenden lo que leen, tampoco entienden las matemáticas aunque se saben las tablas de memoria y mientras tanto caen las matrículas, sube la deserción escolar y el sistema educativo sigue graduando jóvenes que, increíblemente, no saben ni cómo se dice “gracias” en otro idioma.
Y de historia, economía, arte, literatura y ciencias… bueno, mejor no preguntar. Todo parece indicar que, para algunos, es más fácil entender física cuántica que el valor de la honestidad.
Dicho lo anterior, estas son las ecuaciones que nos toca despejar: Por qué los jóvenes no leen más allá de 280 caracteres?; Cómo se supone que deberían vivir sus vidas y, además, saber gobernarse? Parte de la respuesta es tener currículos que deberían ser más amigables con los principios democráticos. Exigir profesores que sepan de su materia y de pedagogía y que enseñen con rigor y con competencias en virtualidad. Y, sí, tal vez un poco de empatía y amor por la vida no estaría de más.
Michael Hartoonian, un académico, dijo algo interesante sobre la educación en democracia. Según él, los principios democráticos deberían ser como un detector de mentiras histórico, uno que ayude a los estudiantes a no tragarse todo lo que ven en las redes, las noticias o los discursos de esos que usan palabras como "victima", “deuda histórica” y “culpable” en cada frase, pero sin ninguna propuesta concreta. Aprender a pensar, discernir y conversar, no solo a repetir como zombis las expresiones de moda.
Siempre se debe tener presente que la verdadera educación está en todas partes: en la calle, en los memes, en las redes sociales, en la IA y, por qué no, hasta en los comerciales de refrescos. Lamentablemente, la cultura actual parece más ocupada en enseñarnos cómo llenar el carrito de compras que la cabeza de ideas.
Y las escuelas y algunas universidades, en lugar de dar la pelea con propuestas y ejemplo, a veces se suman al coro consumista, egocéntrico y al servicio de quienes no gustan del desarrollo.
Al final, si entendemos que ser humano implica también ser alguien con moral, ética y dignidad entonces estar educado debería ser sinónimo de ser interesante, no de pasar exámenes como quien colecciona boletas de cine. Aprender, trabajar, jugar, conversar, amar y construir comunidades: ¿no es eso lo que debería enseñarnos una buena educación?
La vida buena, como la buena comida, no es para todos. Solo la saborean aquellos que eligen el camino del servicio, del aprendizaje y de la acción. Nos queda poco tiempo; mientras las "patologías de la irracionalidad" (y sí, algunas canciones de reguetón) van ganando terreno, perdemos no solo la democracia, sino la esencia de lo que nos hace humanos.
Así que, mientras los dictadores enseñan miedo, los monarcas enseñan a hacer reverencias y las sociedades democráticas enseñan virtud y pensamiento crítico, tal vez sea hora de que la escuela se ponga las pilas y, con un poquito más de ejemplo y menos arrogancia, comience a enseñar de verdad.