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El PhD de Harvard Ezequiel Reficco llamaba la atención sobre el desparpajo de los colombianos contando sobre las visitas adivinos, pitonisas y clarividentes que predecían el futuro, recomendaban acciones, remedios y estrategias para solventar problemas, sanar preocupaciones, curar el alma y cambiar el futuro; realidad esta que contrasta con el silencio sobre las ayudas terapéuticas y los beneficios de la consulta psicológica y psiquiátrica profesional. Una realidad desconcertante, que refleja la desigual concepción de la salud mental en nuestra sociedad.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, OMS, aproximadamente 260 millones de personas en todo el mundo padecen de depresión y ansiedad. Asimismo se estima que entre 10% y 20% de los niños y adolescentes sufren de algún trastorno mental o de comportamiento, siendo la depresión y la ansiedad las más comunes. En el caso de adultos, una preocupante 4,4% experimenta depresión y 3,6% sufre trastornos de ansiedad, afectando así su calidad de vida y su capacidad para desenvolverse en el día día.
En el contexto colombiano, las estadísticas de salud mental son igualmente inquietantes. Aproximadamente 5% de la población adulta padece de depresión, un dato que no puede ser pasado por alto. Además, según Medicina Legal en el periodo: año 2021 hasta julio de 2022, 4.159 personas perdieron la vida por suicidio, de las cuales 1.714 eran menores de 29 años. Entre los niños, un alarmante 12,4% se asusta o se pone nervioso sin motivo aparente, 9,7% sufre frecuentes jaquecas y 2,3% presenta déficit de atención (datos del Ministerio de Salud, 2021).
El médico psiquiatra doctor José Miranda del hospital Santa Clara de Bogota dice que las consecuencias de la pandemia aún no han pasado, pues antes se atendían entre tres y cuatro pacientes durante la noche en el servicio de Urgencias Psiquiátricas pero actualmente son alrededor de 15 pacientes en el turno y, durante los fines se pueden duplicar los pacientes que necesitan atención.
Lo anterior hace de esta realidad un problema importante, urgente y que requiere del esfuerzo decidido del gobierno para asegurar una mayor inversión y mejor gestión de los recursos destinados a la salud mental e implementar políticas públicas que aborden las causas estructurales de la problemática la violencia y la inseguridad.
La sociedad civil, los medios de comunicación y las redes sociales deben ser garantes de la información objetiva y ecuánime, evitando radicalismo, sin fomentar sentimientos de desesperanza y odio.
Las empresas y empleadores deben trabajar en reafirmar una cultura organizacional de respeto, confianza y equilibrio entre la vida laboral y personal que valore y promuevan la salud mental como un pilar fundamental para la competitividad, la innovación, el crecimiento y la sostenibilidad de la empresa.
Por su parte las instituciones educativas y las iglesias deben propiciar espacios sistemáticos y permanentes de fraternidad, convivencia, deportes y actividades que alejen a los niños y jóvenes del uso excesivo de los celulares y las redes sociales. Las facultades de psicología deben priorizar e incentivar las prácticas clínicas y los esquemas de primeros auxilios psicológicos para dar adecuadas respuestas a las necesidades en todo el territorio.
Apersonémonos de la solución, es hora de dejar de lado la Realidad Virtual 1.0, en la que buscamos respuestas místicas y predicciones futuras, y enfrentar la realidad tangible de nuestra salud mental, es hora de hablar de ayudar, de orientar o de pedir ayuda. En cada persona sin duda, hay un amigo un familiar o un colega que necesita compañía y guía para encontrar el consejo de profesionales. La prevención y el tratamiento y la cura de situaciones no implica ni locura ni incapacidad sino conocimiento y la búsqueda del bienestar y la felicidad