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En las densas selvas de América en tiempos precolombinos, las civilizaciones mesoamericanas ya conocían el valor de esta joya de color rojizo, con pulpa color algodón y unas semillas amargas. Los conquistadores cayeron a sus pies y, hasta el día de hoy, esta riqueza sigue siendo testigo y protagonista de la historia, desde rituales religiosos, la nutrición, la economía y hasta parte de la etiqueta mundial.
Este regalo de los dioses contiene fósforo, magnesio, hierro, potasio, calcio, zinc, cobre, manganeso, vitaminas A, B1, B2, B3, C, E, ácido pantoténico, tiamina y riboflavina, cafeína, teobromina y taninos. Es rico en antioxidantes, superando al té verde y al vino tinto, debido a su alto contenido en vitamina C, fibra y serotonina, y se ha convertido en el producto aliado para prevenir enfermedades cardiovasculares, cerebrovasculares, cáncer hepático, gástrico y de colon.
Como si fuera poco, el simple hecho de consumirlo hace que el cuerpo produzca endorfinas y posee cualidades antidepresivas, porque eleva los niveles cerebrales de serotonina y dopamina, sustancias relacionadas con los cambios de humor provocados por situaciones hormonales y estrés.
Los mayas la llamaban "kakaw", y los aztecas, "xocoatl", pero su nombre científico es “Theobroma cacao”, que significa en griego “alimento de los dioses”. En México se creía que el dios Quetzalcóatl fue quien le regaló el primer árbol de cacao a los hombres.
Los países productores de cacao en América incluyen Bolivia, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Perú y México, donde el 90% de los productores son pequeños agricultores (329.607) que cultivan alrededor de 1,7 millones de hectáreas para exportar a Europa y Estados Unidos. Los países donde más se consume chocolate son Suiza y Alemania, con 11 kilos al año por persona, seguidos por España.
Alemania es el primer país exportador de chocolate y demás preparaciones alimenticias que contienen cacao, con unos 1.009 millones de kilos exportados en 2022. Suiza exportó US$$913 millones en chocolate, convirtiéndolo en el décimo exportador más grande del mundo.
Actualmente, debido a la crisis mundial, enfermedades en cultivos y el calentamiento global, los precios del cacao han alcanzado hasta US$10.000 por tonelada, comparados con US$2.750 y US$3.040 en Londres y Nueva York, respectivamente, un aumento del 301% y 244%, según la Organización Internacional del Cacao (ICCO). Adicionalmente, la Unión Europea, a partir del 2025, exigirá “deforestación cero desde 2022” y la certificación de ausencia de elementos químicos como el cadmio, presente en las tierras volcánicas, y de trabajo infantil en toda la cadena del cacao.
En este contexto, la empresa británica Nukoko empezó a producir chocolate elaborado con habas, reemplazando al cacao, generando certidumbre y garantías de suministro, ya que cosechan en el Reino Unido 740.000 toneladas de haba al año, que contiene la proteína vicilina, la cual, después de la fermentación, imita el sabor del chocolate. Por su parte, la empresa alemana Cho Viva está utilizando semillas de girasol, y la empresa italiana Foreverland está ensayando con algarroba, afirmando que con su producto Freecao utilizará 90% menos de agua y emitirá 80% menos CO2 que el chocolate convencional. Los suizos, con la Escuela Politécnica Federal de Zúrich (ETH), están produciendo manteca de cacao, lo que permitirá utilizar la mayor parte del fruto, asegurando que el cacao tendrá 20% más de fibra y 30% menos de grasas saturadas.
Después de la tormenta inventada por los países importadores se confirmará una verdad irrefutable: las imitaciones de joyas son remedos que nunca tienen la calidad del original, ni los beneficios, ni mucho menos las ventajas, pues no hay como reemplazar el poder de los nutrientes, el equilibrio de los elementos, la sabiduría de las millones de personas que siembra caco y fabrican el chocolate ni el sano equilibrio de los productos que nos brinda la naturaleza.
