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Con estas palabras podríamos definir la situación actual de buena parte del mundo y de muchas personas. En todos los sectores sociales y económicos, y desde luego en las familias reinan muchos sentimientos encontrados. Pienso que somos ya conscientes de que la situación, mejor en unos sitios, peor en otros, se alarga y no se sabe hasta cuándo.
Probablemente no habrá un punto final, sino una transformación permanente. Sabemos que no solo ha cambiado el presente, sino que, casi con seguridad, ya cambió el futuro. Empujó a la educación a ingresar a un proceso evolutivo que se resistía a hacer, dio un impulso a analizar en serio las soluciones de movilidad en las grandes ciudades, donde los trayectos pueden ser de una o dos horas.
Hay un replanteamiento general de la infraestructura que se necesita para oficinas y otros lugares de trabajo, existe una oferta permanente en redes sociales para enseñar a convertir el propio conocimiento en un negocio productivo, y muchos nuevos emprendimientos. Las familias se enfrentan al enigma de cómo sobrevivir de modo permanente a un hogar convertido en coworking y aula de clase.
Un aporte a la situación que estamos viviendo tiene que ver con las dos actitudes del título: ¿Se puede convivir con esperanza y miedo, de modo simultáneo? Esto tiene que ver con los proyectos de inversión empresarial, pero también con la planeación de la vida diaria de todos nosotros.
La esperanza nos mueve a enfrentarnos con gallardía a las nuevas dificultades para convertirlas en oportunidades de progreso y de crecimiento humano.
La esperanza es un imán que ayuda a ir hacia un escenario futuro mejor, proporciona optimismo y una visión positiva de la vida. La esperanza ayuda a encontrar soluciones con creatividad. Decididamente, la esperanza es nuestro gran aliado en estos momentos.
El miedo, en cambio, es un sentimiento que paraliza, que nubla la mente, que achica el ánimo. Muchas cosas se dejan de hacer por miedo, que agranda las inquietudes y las preocupaciones. El miedo no sólo se refiere a la lógica inquietud por la salud, es también miedo al fracaso, a no ser capaz con la incertidumbre reinante. Del miedo surgen las preocupaciones y la inmovilización. Se pierde la objetividad y la creatividad y la realidad se distorsiona. El miedo es un sentimiento tóxico y además es contagioso.
Entre el miedo y la esperanza. Así no podemos seguir, no aguantamos. Una solución que sugiero es sustituir el miedo por la prudencia. Esperanza y Prudencia podría ser el título de esta columna, en términos de solución. En torno a la prudencia hay muchos equívocos. Se relaciona con no hacer algo porque hay riesgos, en aplazar una decisión hasta que se tengan todos los datos, en controlar todas las variables, etc. En general la prudencia es… esperar.
Los filósofos antiguos decían que la prudencia es la virtud del gobernante. La prudencia comienza con tener claro a dónde se va, tener claro el norte, y después definir cuál es el rumbo para llegar sin percances. Unas veces será esperar y otras actuar con valentía y audacia.
Cuando se aplaza algo es por una decisión prudente, no por incapacidad de asumir riesgos. En definitiva, es el arte de tomar decisiones acertadas. En la vida personal, familiar y profesional habrá que actuar con prudencia, sin dejarse llevar por el miedo.
Prudencia sí, miedo no. Es lo que necesitamos en este momento y siempre.