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“Feliz, trabajando”, esa debería ser la contestación que cualquier integrante de una organización de a la pregunta de cómo se encuentra. Cuando no es así quizá es porque no existe una cultura sana del trabajo. No se trata simplemente del agradecimiento a la vida por tener un trabajo, sino de encontrar la realización personal, la felicidad, al trabajar. “Las causas morales de la prosperidad son bien conocidas a lo largo de la historia. Residen en una constelación de virtudes: diligencia, competencia, orden, honestidad, sobriedad, espíritu de servicio, respeto a la palabra dada, audacia, en una palabra, amor al trabajo bien hecho.
Sin esas virtudes no hay sistema ni estructura que pueda resolver mágicamente el problema de la pobreza; a la larga, las pautas y los logros de las instituciones reflejan esos hábitos de los individuos que se adquieren fundamentalmente en el proceso educativo y modelan una auténtica cultura del trabajo”. Esclarecedoras palabras para la persona, para una organización y para la sociedad en general.
La cultura de una organización tiene como núcleo el conjunto de creencias y actitudes de los miembros de una empresa, por eso si en el ADN de la mayoría de las personas de una institución estuvieran inscritas las palabras arriba mencionadas, parece claro que serían muchos los beneficios, de todo tipo, que obtendría esa organización. Nos referimos a la cultura del trabajo en sí misma, no tanto a otros conceptos como cultura del trabajo en equipo, o cultura del trabajo creativo, etc.
Si se logra en una organización que las personas no consideren el trabajo como una maldición que hay que soportar para poder vivir, sino como algo positivo, entones el clima laboral y la productividad serían distintas porque se trabajaría a gusto y, como consecuencia, se obtendrían resultados satisfactorios para la organización y para las personas. ¿Cómo sería el desempeño de una organización en la que sus integrantes estuvieran convencidos de que “el trabajo, todo trabajo, (…) es ocasión de desarrollo de la propia personalidad, es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia familia, medio de contribuir a la mejora de la sociedad en la que se vive y al progreso de toda la Humanidad?”
Se ha puesto de moda hablar de felicidad en las empresas. Ojalá haya llegado para quedarse, pero bien entendida. No se trata de lograr que las personas se sientan bien porque se trabaja sin esfuerzo y fatiga, pues eso no existe. No es el tema de esta columna, pero al hablar de felicidad en una organización se quiere reflejar, en últimas, que el trabajo tiene un sentido para el trabajador y encuentra en él su propia realización. Las personas actúan de acuerdo a cómo piensan y a cómo sienten. Por eso la cultura de la felicidad, de la cual hablaremos en otra ocasión, se refiere principalmente a la valoración del trabajo y a la mentalidad que se posee en relación con el esfuerzo que conlleva.
Después, todo esto se reflejará en una serie de buenas prácticas sobre el estilo de mando, las relaciones interpersonales, el bienestar personal, etc.
Mencioné arriba de estas líneas dos textos que obtuve en internet. Es revelador que el autor del primero sea San Juan Pablo II y quien escribe el segundo es San Josemaría Escrivá. ¿Será que los santos también tienen algo que decir en el mundo empresarial?