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¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que tu mente no estuvo preocupada por lo que sigue? Vivimos en una sociedad que nos empuja constantemente a la acción, a planificar la próxima jugada, a enfrentarnos al siguiente desafío. En medio de este frenesí, hemos olvidado el placer simple de no hacer nada.
¿Qué pasa cuando no somos responsables de nada, cuando no hay reloj marcando los segundos de la próxima cita, cuando no hay expectativas por cumplir? Nos desconectamos del ruido y, de repente, somos solo parte del paisaje, como una hoja que cae al suelo sin prisa.
Imagina por un momento detenerte a sentir el frío o el calor del aire, poner esa canción que te hacía vibrar en la adolescencia, pensar en tu plato favorito y saborearlo mentalmente. Observar a las personas que no conoces, sus gestos, sus interacciones. ¿Cuál es ese lugar al que querrías escapar, ese rincón donde podrías ser, simplemente, tú?
La pausa, el detenernos, tiene un poder transformador. A nivel anímico, nos reconecta con nuestras emociones, nos permite procesar lo que sentimos sin la presión del tiempo. El estrés disminuye, y con él, esa sensación de estar siempre "a contrarreloj". Personalmente, nos volvemos más conscientes, más presentes en nuestras vidas. En nuestras relaciones, somos capaces de conectar de manera más auténtica con los demás, sin el peso de la prisa o las obligaciones inmediatas.
Pero ¿por qué es tan difícil detenernos? Vivimos en una época en la que la expectativa de vida puede superar los 90 años y, sin embargo, estamos criando generaciones que parecen estar corriendo una carrera contra el tiempo. Queremos que nuestros hijos salgan del colegio con mentalidades de empresarios, que a los 25 ya sean gerentes generales. En algunos países, a los 5 años, los niños deben desarrollar competencias que solo les permiten dos horas de juego a la semana.
¿Por qué tanto afán? ¿Por qué carreras universitarias más cortas? ¿Por qué trabajar más allá de las 5:00 p.m., adelantando tareas, quemando tiempo, quemando energía? En esta carrera de velocidad, ¿no estaremos perdiéndonos de lo más importante: vivir?
Todos los días cargamos con las emociones y las responsabilidades de los demás. Somos compasivos, reaccionamos ante los problemas de los otros, dejando pasar ciertas cosas, enganchándonos en otras. Gestionamos la carga emocional de quienes nos rodean, tratando de ser el soporte, el hombro sobre el cual se apoyan.
Pero ¿en qué momento estamos con nosotros mismos? ¿Cuándo nos permitimos sentir la soledad sin juicio ni reto, simplemente siendo nosotros? Sin la necesidad de lo que tenemos o lo que nos falta, sin la carga de complacer a todos a nuestro alrededor. ¿Cómo sería estar solos, sin más expectativas que las propias, sin ese peso invisible que nos lleva a cumplir con las expectativas ajenas?
Tal vez, en ese espacio de no hacer nada, sin gestionar emociones externas, es donde podemos realmente encontrar quienes somos, sin el ruido del mundo, solo nosotros, libres de cargas.
¿Cuándo fue la última vez que estuviste solo contigo mismo, sin exigencias, sin juicios, simplemente siendo tú?