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¿Le frustra ver tanto mago avanzar como un proyectil, vendiendo humo y sin compromiso genuino con los demás? En las organizaciones, hay líderes que dejan huella por su visión, su capacidad de inspirar y su compromiso genuino con el equipo. Pero también existe otro perfil: el líder ilusionista. Aquel que, con una habilidad casi mágica, logra centrar toda la atención en sí mismo, proyectando una imagen brillante mientras en la sombra su impacto real es superficial o incluso destructivo.
No lidera, protagoniza. No construye, se autopromociona. Y en su afán de reconocimiento, deja de lado la lealtad, el propósito colectivo y el impacto duradero de sus acciones. Su objetivo no es la organización ni su equipo, sino su propia marca personal.
Cada decisión, cada acción, cada palabra está calculada en términos de retorno personal. No solo en lo económico, sino también en visibilidad y posicionamiento. Es experto en hacer que su trabajo parezca más importante de lo que realmente es y en asegurarse de que los superiores sepan lo valioso que es. Da la impresión de que todo está estratégicamente planeado para maximizar su propio beneficio.
Habla con pasión de la misión de la organización, pero en realidad la usa para sus propios objetivos. Se adueña del discurso corporativo y lo convierte en un relato personal, donde él es el héroe que impulsa la transformación, la innovación o el crecimiento. Pero, si las circunstancias cambian, su compromiso desaparece con la misma facilidad con la que lo proclamó.
Se pasea en reuniones y llamadas estratégicas, contando las grandes ideas que ha aportado, aquellas que se han implementado con éxito y cuyo impacto -según él- ha sido enorme. Y cuando una de sus ideas no es tomada en cuenta, se encarga de recordar lo desastrosas que han sido las consecuencias de ignorarlo. Su narrativa siempre lo deja en una posición de visionario incomprendido o de artífice del éxito.
No es leal ni a la organización ni a sus compañeros, sino a sus propias ambiciones. Funciona como un mercenario, siempre dispuesto a cambiar de bando si eso le trae un beneficio mayor. Si necesita alinear su discurso con conveniencia, lo hace sin dudar. Si le conviene distanciarse de sus colegas, también lo hace. La confianza con él es efímera, porque tarde o temprano, la romperá en favor de su propio interés.
Siempre está dispuesto a ofrecer ayuda y apoyo, pero nunca tiene tiempo. Sus compromisos son demasiados, su agenda está llena y su disponibilidad es nula. Porque ayudar sin beneficio personal no encaja en su ecuación.
El líder ilusionista genera en la cultura organizacional: desconfianza entre los equipos, falta de colaboración genuina, agotamiento emocional y un clima en el que las personas dejan de creer en el liderazgo. Con el tiempo, la organización paga el precio de una gestión centrada en el ego y no en el propósito común.
¿Buscas reconocimiento o impacto? ¿Brillas solo tú o haces brillar a los demás? Figurar no es el problema, sino la intención detrás. Creemos más líderes con nuestro ejemplo, evaluemos cómo lo hacemos y corrijamos. Hagamos frente a los líderes ilusionistas con abundancia de buen liderazgo.