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Cuando Chávez ganó la presidencia de Venezuela, ganó con 56,20% de la votación. Muchos empresarios lo apoyaron pensando en un cambio. Según él, nunca los expropiaría.
Expropiar es parte del ADN de la izquierda cavernícola y dogmática de Latinoamérica.
Fueron necesario varios años para que los venezolanos descubrieran que la oveja era un lobo. Chávez, es justo reconocerlo, era un tipo simpatiquísimo, buen conversador, lleno de anécdotas y ameno. Se supo camuflar.
A medida que los venezolanos vieron la gravedad del peligro, los grupos políticos se fueron moviendo a la oposición. Desafortunadamente, sin ninguna capacidad de llegar a consensos.
Tuvieron que pasar más de 20 años para entender que divididos nada lograrían. Finalmente, acordaron una consulta entre las fuerzas opositoras para sacar un candidato único. Tanto tiempo desconectados fue su perdición. El ejecutivo ya había tomado el control de todas las instituciones: el Tribunal Supremo de Justicia inhabilitó a Maria Corina Machado, la candidata única de la oposición, a participar en política durante 15 años.
No es necesario ser adivino para saber que pasará en las elecciones que se deberán llevar a cabo este año.
Contrario a Chávez, Petro no despliega ni empatía, ni simpatía. Es una persona hosca, autoritaria y egocéntrica. Es antipático. Ganó las elecciones con 50,47% de la votación, margen que de ninguna manera representa un mandato contundente.
A Petro debemos agradecer que los partidos de centro derecha y derecha en Colombia se hayan decantado lentamente en oposición. Se destacan entre estos el Centro Democrático y Cambio Radical. Debería incluir aquí al expresidente Pastrana, quien desafortunadamente hoy no tiene fuerza política. Sin embargo, le acompaña su prestigio y reconocimiento y podría jugar un papel importante en el trabajo que deberá hacer la oposición a partir de ahora. También está Enrique Gómez, cuya fuerza política es aún débil.
Seguirían en línea el expresidente Gaviria y Dilian Francisca, con los partidos Liberal y de la U. Ambos han sido un poco ambiguos en su talante opositor, tal vez para no enfrentarse con los congresistas de sus partidos que son manifiestamente gobiernistas.
Muchos colombianos, incluidos un montón de votantes por Petro, disgustados con los escándalos de su familia y su gabinete, confían que su marcado desprestigio lo obligará a retirarse pacíficamente en 2026. Olvidan que él ha sido un guerrero toda su vida y ahora que tiene el poder y se va adueñando de las instituciones, se siente más fortalecido que nunca.
No importa que tan desacreditado este, él no cederá en su propósito de atornillarse en el poder, ya bien sea buscando una reelección o buscando un segundo que le sirva de títere. Cualquiera de las dos alternativas es el fin de Colombia.
Es urgente que las fuerzas de oposición se unan y se manifiesten con una sola voz. Que cada grupo se oponga a las reformas de Petro y tenga una contrapropuesta diferente, es prueba de su incapacidad de lograr consensos. Petro aprovecha esta debilidad de la oposición para consolidar su proyecto.
Es urgente promover una conversación entre Álvaro Uribe y Vargas Lleras. Ambos deberían ser capaces de buscar un acuerdo sobre lo fundamental, incluida la definición de una fórmula para unas primarias en 2025, con la amplitud necesaria para que puedan participar en ella otros partidos opositores y sacar así un candidato único. Es muy importante buscar la unión con todas las fuerzas de la oposición y que todas se sumen a participar en las primarias.
La oposición no puede esperar 5, 10, 20 años para actuar como una fuerza unida. Nos pasaría lo mismo que Venezuela. Queda poco tiempo para salvar a Colombia.