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Un encuentro fugaz y un saludo cordial, al margen de una entrevista desmentida. «Ustedes, los europeos, no pueden entender el peronismo». Carlos Menem me despidió así, con pocas palabras y una sonrisa socarrona. Corría el año 1998. El Presidente argentino aceptó mi solicitud de entrevista, avalada y registrada por todos los funcionarios intermedios de la Casa Rosada; pero luego, en el último momento, una circunstancia imprevista le obligó a cancelar ‘el cafecito de 20 minutos’ concedido por su Gabinete de Prensa. El gran viejo, genio político y paladín de la viveza criolla, postergó la cita por unas semanas. Los movimientos telúricos dentro de su partido y la inminente inestabilidad financiera del país le sugirieron aplazar la reunión sine die.
El nuevo presidente Javier Milei tiene un aspecto diferente al de Menem, patillas aparte. Sin embargo hay similitudes entre ambos, sobre todo si nos fijamos en Argentinomics, el programa económico. El Plan ‘primer mundo’ de Menem y el Plan Motosierra de Milei. Este último detesta a los peronistas, pero un ensayo imperdible de Eduardo Abrevaya, ‘Mil y una noches peronistas’, nos recuerda que ‘en Argentina hasta los antiperonistas son peronistas’. Menem, obsesionado por el rating internacional, cegado por una ambición desmedida, propia e injustificada para su país, ha llevado a Argentina al abismo. Milei, que sólo lleva unas semanas en el cargo, empuña la gigantesca motosierra, contrapartida simbólica de una política que recortará sanidad, escuelas, salarios, ministerios. El chirrido de la motosierra, acompañado de los gritos del presidente, que hace unos días, embarcado en un vuelo de Aerolíneas Argentinas, saludó a los demás pasajeros con el habitual: «Viva la libertad, carajo».
Las asonancias. Menem fue elegido con una subida de precios fuera de control, la hiper-inflación a 4.900%, un electorado agotado, una crisis económica provocada por los bajos precios de las materias primas agrícolas, de las cuales Argentina es un gran productor. El turco, este es el apodo de Menem, hijo de inmigrantes sirios, fue el artífice de una gran desregulación.
Milei ganó las elecciones en un marco macroeconómico con varias similitudes: inflación de 140%, tasa de pobreza superior a 40% y una política monetaria incapaz de dar estabilidad al peso, la moneda argentina.
Los proyectos de ley presentados durante la campaña electoral relanzaron la dolarización, previendo incluso la abolición de la moneda nacional, el peso. Difícil de aplicar, pero anunciada. Su decreto es el inicio de una nueva desregulación.
Menem (1930-2021) gobernó diez años, de 1989 a 1999, con el descaro inaceptable de quien sabe moverse en el vientre de la Ballena Blanca argentina, el peronismo. Siempre cambiante. De la extrema izquierda, flanqueando a los Monteneros, a la extrema derecha, cerca de los generales de la dictadura (1976-1982) y en esos cincuenta tonos de gris que permiten navegar en aguas siempre turbias.
Menem logró abandonar El Titanic, poco antes del desastre, pero no escapar a la picota política de quienes llevaron a un país al default, en 2001. Él, en tándem con el ministro de Economía Domingo Cavallo. Enfrentamientos callejeros, 39 muertos y una recesión sin precedentes.
Justo antes de Navidad, Milei presentó un maxi decreto. Los puntos clave son los siguientes: derogación de la ley que impedía la privatización de las empresas estatales y su transformación en sociedades anónimas; derogación de las leyes de promoción industrial y comercial; desregulación de los cielos y privatización de la compañía aérea nacional Aerolíneas Argentinas; desregulación de los servicios de internet por satélite para permitir la entrada de operadores como Starlink… En resumen, el inicio de una nueva temporada de política económica e industrial de carácter totalmente liberalista.
Una analogía final. Milei renunció a la entrada de Argentina en los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y relanzó la relación con Estados Unidos, aunque atormentada por un interminable tira y afloja con el Fondo Monetario Internacional. A Menem le gustaba repetir que entre Estados Unidos y Argentina existen relaciones estrechas e indisolubles, «relaciones carnales». No le ha traído suerte.