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El cálculo y el interés personal le han quitado la primacía a la espontaneidad y hasta a los principios. Tal vez el afán de los líderes por agradar, sumado a un carácter tibio que se esconde detrás de una imagen de ponderación y de corrección “política” ha cedido espacios que han sido ocupados por personas que no entienden de libertades y que además actúan bajo el celo del resentimiento y el sesgo ideológico. Personas que inclusive, los maltratan constantemente ante la opinión pública. Lo ocurrido con el expresidente Uribe, a quien entre otras cosas hoy le debemos la estructura económica y la bonanza empresarial de la última década, no es un hecho aislado, lleva años siento planeado y los dirigentes y líderes llevan años callando.
Llevan años callando y cediendo espacios de liderazgo y esto lo reflejan las ultimas encuestas en donde por primera vez en la historia, el empresariado tiene mas imagen negativa que favorable. La encuesta Gallup realizada en diciembre lo demuestra: 49% de los colombianos tiene una imagen desfavorable de los empresarios y 44% favorable. Y en una región como Antioquia, la percepción de los mismos igualo el desprestigio de los partidos políticos. Los líderes no están hablando ni para defenderse a ellos mismos, su voz a perdido eco, han cedido espacios trascendentales en la defensa de las libertades y la iniciativa privada en el país.
¿Es tarde para reaccionar? Puede que lo sea, pero sin duda alguna necesitamos que nuestros líderes reaccionen, que tomen posiciones espontáneas que sobrepasen la comodidad de agradar y ser políticamente correctos. Al final, tratando de agradar se termina siendo complaciente con los voceros enemigos de la iniciativa privada, del enaltecimiento de la justicia, del desarrollo social y económico, esos mismos que terminaran destruyendo el tejido empresarial tan trascendental en Colombia. Bien decía el exsecretario de Estado estadounidense, Colin Powell, en su muy recomendable libro «Secretos del liderazgo», tenga como su primera lección la de “diferir frecuentemente del pensamiento mayoritario para orientar a la opinión pública, en lugar de seguirla. Querer ganarse la simpatía de todos es un signo de mediocridad”.
Conversaba hace poco con una prima. Contradictora constante del expresidente Uribe en las redes sociales. Le pregunte sobre su posición a favor de la captura del expresidente Uribe, su respuesta me sorprendió: “él es un señor muy poderoso y si lo cogieron es porque tienen todas las pruebas”. Una respuesta lógica si no se tratara de las contradicciones que se han presentado últimamente en las altas cortes, que han hecho ademas noticia por casos como “el cartel de la toga”. Contradictoria también porque la misma sala fue la que dejó escapar al narco terrorista Jesús Santrich. Contradictoria como las contradicciones mismas que tiene aquel que juzga el caso sin antes haber leído a fondo lo ocurrido, solo sustentándose en su sentimiento de rabia. ¿Qué tal si todos fuéramos juzgados así?
Lo cierto es que el expresidente Uribe aun no ha sido declarado culpable pero en su juicio se puede dilucidar un doble rasero, se es complaciente con la guerrilla de las Farc, que entre otras, tiene un lugar en la vicepresidencia del Senado, mientras que se juzga con sesgo ideológico y olvidando la presunción de inocencia a una persona que no ha dejado de asistir una sola vez al llamamiento de la justicia Colombiana.
Ya no sirven las cartas, ni las firmas recogidas, ni los pronunciamientos vacíos. Los líderes deben retomar su papel moldeador de la sociedad. Necesitamos liderazgos que eduquen con su ejemplo, liderazgos que entiendan que el silencio es también complicidad.
Mientras tanto, y con tristeza, veo una sociedad tan parecida a aquella que juzgo y manoteo al libertador Bolívar. Y tal vez pueda citar con frustración una historia que parece repetirse y que se vio plasmada en dos fragmentos de la carta que le escribió Bolívar en el lecho de su muerte a su prima Fanny:
“Muero miserable, proscrito, detestado por los mismos que gozaron de mis favores, víctima de un inmenso dolor; presa de infinitas amarguras”. Y al final de la carta, versa lo siguiente: “Me tocó la misión del relámpago: rasgar un instante las tinieblas, fulgurar apenas sobre el abismo y tornar a perderse en el vacío”.