Analistas 16/04/2025

El síndrome de la rana en la batalla cultural

Roberto Rave Ríos
Presidente ejecutivo Laick - Cofundador Libertank
La República Más

Vivimos en una época marcada por la confusión y la fractura de los valores que nos sostenían como sociedad. Las nuevas generaciones crecen en medio de un bombardeo constante de mensajes que, más que informar, moldean y en ocasiones deforman. En este escenario, comprender cómo opera la llamada “batalla cultural” es esencial si queremos recuperar el rumbo y preservar aquello que alguna vez nos dio identidad y sentido.

Hace poco conversaba con un amigo sobre las circunstancias que hacen que hoy muchos pierdan la esperanza en la humanidad. Mi contertulio afirmaba:

“A mi generación, la de los 90, le ha tocado un país casi al borde del colapso en la época de las mafias y las guerrillas; también nos ha tocado una pandemia con millones de muertos. Hemos experimentado el temor de estar al borde de una guerra mundial, ya sea por lo ocurrido entre Hamás e Israel o por la invasión de Rusia a Ucrania.”

El mundo en el que hoy vivimos está traspasado por la confrontación. No solo por los misiles lanzados por drones y por guerrillas que resurgen con fuerza en algunos países de Latinoamérica, sino -y con más vigor- por un mundo atravesado por las lanzas de las narrativas, por el enfrentamiento de ideas, por la batalla cultural.

Según el filósofo Michel Foucault, las narrativas son herramientas de poder que contribuyen a la creación de discursos que, más tarde, influyen en cómo se perciben las verdades sociales. Y entonces nos encontramos con ciudadanos conmovidos y afligidos por un perro abandonado, pero totalmente escasos de sentimientos y simpatía por un indigente con el que se cruzan camino al trabajo; ciudadanos con un odio profundo por jóvenes que, con mística y vocación, se enfilan en las fuerzas militares o de policía, pero con una fascinación y seducción delirante por aquellos que viven del narcotráfico, la extorsión y el reclutamiento de niños.

Ciudadanos que odian al emprendedor, al empresario, al que genera empleo y riqueza, pero que, a su vez, tienen como referente al de la “plata fácil”, al que se enriquece no por agregar valor o generar empleo, sino por su viveza para infringir la ley y ponerla a su amaño.

Lo más complejo de esta antesala se traduce de manera simple en el síndrome de la rana hervida:

“Si ponemos una rana en una olla con agua hirviendo, inmediatamente intentará salir de ahí. Pero si la colocamos en agua a temperatura ambiente y vamos aumentando el calor, se quedará tranquila hasta que, sin darse cuenta, morirá a causa de las altas temperaturas.”

Las historias que cuenta una sociedad son trascendentales para su futuro próximo, pues las narrativas que construyen su progreso -o su retroceso- están constantemente en disputa. Quienes logran influir en la cultura terminan moldeando la política, la moral y el destino de toda una nación.

Es así como, al igual que la rana hervida, vamos perdiendo nuestra identidad, aquella que nos dio la grandeza. Y entonces abrimos los ojos y no encontramos, en nuestras generaciones jóvenes, que puedan descubrir la profundidad de un campesino, la batalla cotidiana de un arriero o el significado del himno antioqueño, que dice que llevamos el hierro entre las manos porque en el cuello nos pesa.

Quizás aún estemos a tiempo de salir de esa olla que lentamente sube de temperatura. Tal vez no todo esté perdido si comenzamos a contar nuestras propias historias, si dejamos de ceder el terreno cultural a quienes desprecian la tradición, la virtud y el mérito.

La batalla cultural no se libra con balas, pero sí puede ganarse con ideas, con verdad y con memoria. La rana aún puede saltar.

“La política es consecuencia de la cultura. Quien gana la cultura, gana la política. Y quien abandona la cultura, ya perdió antes de empezar.” Agustin Laje, La batalla cultural.