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Sin duda alguna, el manejo de la pandemia por parte del gobierno colombiano ha sido uno de los más destacados en el mundo entero y aún con las vanidades propias de algunos mandatarios municipales que siguen persiguiendo la desaparecida imagen del político mesiánico, los resultados en términos de muertos por el coronavirus, destaca como uno de los más bajos de la región.
“Problemas grandes, líderes pequeños”, del profesor Moisés Naím, es quizá el mejor análisis que he leído sobre lo que en términos de liderazgos ha ocurrido en el mundo. No nos enfrentamos solo a la enfermedad originada en China, sino también a una Organización Mundial de la Salud (OMS) que no ha logrado conocer la enfermedad en su totalidad y a unos gobernantes que ante tal desconocimiento, hacen uso de la herramienta de la improvisación para llenar los vacíos que deja la carencia de liderazgos fuertes que nos guíen hacia la salida de esta enorme dificultad que hoy nos aqueja.
Por otro lado, la improvisación como herramienta, inunda de incertidumbre y confusión a la ciudadanía. Hace poco, un gran amigo me decía con razón, que sentía la zozobra de la falta de claridad, pues “desde el inicio de esta circunstancia llevan diciéndonos que el pico de la enfermedad llegará en 20 o 15 días, o el próximo mes”. Esta afirmación ha derivado en dos tipos de reacciones, ambas igual de complejas y peligrosas para los ciudadanos de nuestro país. La primera es la de aquellos que dicen que el virus no existe y que el encierro se debe a un sin número de teorías conspiracionistas de índole geopolítico y económico.
Estos ya no usan tapabocas y ni que decir de obedecer las medidas de bioseguridad y las restricciones gubernamentales de vida social y trabajo. La segunda reacción, hace alusión a aquellos colombianos que no aguantan más, pues están consumidos por la frustración y la desesperanza y no creen en lo absoluto en el gobierno. Debimos afirmar desde el principio con claridad, que no conocíamos la realidad, que el pico no llegaría en 15 o 20 días ni en tres meses porque no se tenia control sobre la situación. Inclusive existe una tercera postura más compleja: la de los empresarios. Muchos de ellos guardaron liquides esperando el pico anunciado en los primeros tres meses, vendieron sus pertenencias para cubrir los salarios de sus colaboradores y cumplir sus compromisos, sin embargo al cabo de cuatro meses la situación ha cambio muy poco.
Lo cierto es que un gran porcentaje de la población colombiana vive sobre la lógica comentada por un trabajador informal que me encontré en un semáforo de mi ciudad quien me dijo: “Si salgo a la calle a trabajar existe una posibilidad de que muera por la pandemia, sin embargo si me quedo en mi casa tengo la certeza de que moriré de hambre”. Esta sencilla respuesta ha sido confirmada por la ONU en su último informe, que predice que el hambre llegara a más de 67 millones de latinoamericanos en la siguiente década. Muchos colombianos no morirán por el coronavirus sino por el hambre y por la depresión.
Como lo he venido mencionando en varias de mis columnas, es trascendental la generación de conciencia durante esta coyuntura. Saldremos libres y sanos de esta pandemia no porque el gobierno colombiano haya implementado una de las cuarentenas más largas del mundo en lo que respecta al coronavirus, sino porque supimos asumir nuestra responsabilidad de cuidarnos guardando la distancia social, usando el tapabocas y haciendo caso de las normas de bioseguridad, mientras retomamos nuestra nueva normalidad.