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La encuesta del Centro Nacional de Consultoría del 8 de septiembre de 2021, arrojó un dato que dejó sorprendidos a muchos: solo 1 % de los colombianos estarían dispuesto a votar por un candidato ateo.
Últimamente he escuchado ataques constantes contra nosotros los católicos, inclusive hasta se han atrevido a entrar a la Catedral Primada de Bogotá en el momento más “Sagrado” a recitar discursos de odios y burlas. Nos acusan de solapados, de cerrados, de intransigentes e impositivos y a la vez irrespetan nuestros monumentos, nos señalan de intolerantes mientras pisotean y retan constantemente nuestras convicciones más profundas con sus provocaciones, a la vez que imponen la denominada “tiranía de las minorías” apoyados por la condescendencia de nuestra pasividad. Y nuestro sórdido silencio, es apabullante. Podría decir que el católico moderno es un creyente pasivo y atolondrado, no por la carencia de imposiciones, porque la libertad debería ser la única imposición válida, sino porque su ausencia brilla en las decisiones y conversaciones actuales del país.
Esa pasividad de los católicos se asemeja mucho a la pasividad de la gran mayoría de empresarios.
Aunque estas reflexiones se enmarcan en la Semana Santa católica, no son un llamado a la religiosidad, ni mucho menos un ataque a esas minorías que resultan valiosas y trascendentales en el debate democrático respetuoso. Por lo contrario, sí representan un grito desesperado contra la pasividad, la comodidad, el cálculo vergonzante, en resumen, la falta de amor por este país. Tristemente, en Colombia hay dirigentes a los que parece que se les pagara por hacer silencio, por no opinar, por ser políticamente correctos hasta en la defensa de los principios que representan. Llevamos ya tres periodos con el miedo constante de ser liderados por el discurso del odio y el resentimiento, llevamos tres elecciones presidenciales actuando a escasos cuatro meses de los comicios, llevamos 12 años muertos de miedo, pero aún sin actuar. ¿Acaso no es irresponsable pensar en el futuro del país cada que faltan un par de meses para las elecciones? ¿Valoramos tan poco lo que tenemos?
En las últimas semanas he recorrido el país con el objetivo de promover la defensa de las empresas de todos los tamaños y la libertad económica. Me he encontrado casi de forma generalizada unos empresarios desesperados, que no saben qué hacer ante los ataques porque ya el viejo truco de parecernos a Venezuela no convence a los jóvenes, aunque sea cierto, y porque además como aplica también en las proyecciones financieras, en los últimos cuatro meses no podemos vender lo que no vendimos en los últimos cuatro años.
Algunos datos puntuales afirman que de cada 100 empleados, cuatro trabajan en el Gobierno, ¿y los otros 96 en dónde se encuentran? En nuestras empresas, en nuestros negocios, en nuestros emprendimientos. Hace poco en una tertulia me pregunta una reconocida empresaria lo siguiente: ¿cómo hago para que mis “obreros” no elijan el odio y la rabia en estas votaciones? Se me vino una respuesta a la mente que inmediatamente ejecuté: “no los llame obreros, son sus iguales, trátelos con cariño, con humanidad”. En otra conversación comiendo con los amigos del colegio, me hicieron el mismo cuestionamiento. Esta vez contesté con una pregunta: ¿hace cuánto no te tomas un café con la señora que ayuda en la empresa sirviendo los tintos? Mi amigo del colegio, gerente de su empresa familiar hace seis años, me respondió: “nunca me he tomado un café con ella”. Estas anécdotas responden a la realidad que hoy vivimos, no porque estemos en un peor país, porque los indicadores saben combatir fácil la falacia del retroceso de Colombia, sino porque muchos hemos marcados distancias que dejan dolor en las personas que lideramos.
Y entonces después de llevar años con este cuento, pretendemos un salvador, un redentor mientras de forma contradictoria reprochamos los populismos. ¿No será que los redentores somos nosotros mismos?Populismo también es echarle la culpa a otros, al clima, a Dios o al Presidente y a los congresistas, que además no se eligen solos, los elegimos nosotros.
Yo me identifico con un discurso que no es el de los odios y la mentira, sin embargo debe quedar una enseñanza clara al amanecer de esta elección entre la esperanza y la oscuridad: Ningún Presidente podrá librarnos de nada, ningún presidente tiene poderes mágicos para cambiar la realidad del país. Los próximos 4 años, nosotros los empresarios debemos desbordarnos en las calles, en los barrios, en todos los territorios. Llevar ferias de empleo, jugar un “cotejo” en el barrio y sentarnos a almorzar sancocho en la esquina con los “parceros”, como lo que somos: iguales.
Entonces no seguiremos hablando de salvadores cada que faltan 2 meses para elecciones, no llenaremos los grupos de Whatssap con mensajes desesperados, no sentiremos que podremos perderlo todo si nos conquista el líder de las falsas e irrealizables promesas, pues seremos nosotros los protagonistas y dejaremos la manía de poner nuestro futuro en una sola persona, para construir la nueva realidad entre todos.
Empresarios, si necesitamos un cambio, y la Semana Santa es momento para reflexionar al respecto. La culpa no es de nadie, la culpa es de nosotros.