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“La casa de papel” es una serie abiertamente antisistema. Evidencia la rabia social y se apalanca en la desconfianza que una parte de la ciudadanía global siente frente al establishment, combinando de forma magistral el manejo psicológico de las emociones y escarbando de manera sutil en el inconsciente colectivo con el fin de detonar los puntos de inconformidad de los espectadores con el régimen político y económico, para hacerlos identificarse, congraciarse y regocijarse en una banda de atracadores que les permite cobrar venganza, a domicilio, por los crímenes de Estado, reales e imaginarios, desde la comodidad del sofá de la casa y ordenada a través del control remoto de la televisión.
En efecto, un análisis periférico de este thriller nos permite corroborar con facilidad desde la estructuración de su guión cómo algunos de sus elementos fundantes codifican un lenguaje orientado a la alineación política de la serie.
En primer lugar, su banda sonora está presidida por la canción italiana símbolo de la resistencia (partigiana) antifascista titulada “Bella ciao”, muy difundida durante la segunda guerra mundial en ese país, especialmente hacia el año 1945 cuando los italianos lograron la rendición del ejercito alemán que ocupaba arbitrariamente sus territorios.
Su letra y ritmo contagioso exacerban los ánimos revolucionarios del espectador y plantean la lógica política que estructura la confrontación a partir del eje amigo - enemigo como movilizador de la voluntad rebelde, que se opone instintivamente a la opresión, tal como lo refleja la primera estrofa de la versión partigiana:
Una mattina mi son svegliato,
o bella ciao, bella ciao, bella ciao ciao ciao!
Una mattina mi son svegliato
e ho trovato l’invasor
Esta mañana me he levantado,
oh bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao! (Adiós bella)
Esta mañana me he levantado
y he descubierto al invasor.
En segundo lugar, como aspecto relevante de la iconografía contestataria de la serie, aparecen los símbolos del overol y el color rojo. El primero como pieza de vestir representativa de la clase trabajadora urbana y, el segundo, el tinte de los movimientos revolucionarios de la izquierda contemporánea de corte comunista.
No podría escaparse de este recuento la configuración de los protagonistas desde la anatomía psicológica de los Robin Hood del siglo 21, ya no librando su lucha en los bosques de Sherwood, sino en las entrañas mismas de la riqueza del sistema: los centros de producción de dinero y almacenamiento del oro que soporta el funcionamiento del “régimen”.
Con este arsenal argumental termina el relato logrando su propósito: lanzar una profunda crítica al sistema narrando, a través de ella, la indignación creciente de la ciudadanía con las estructuras político-económicas tan desacreditadas por su incapacidad de sintonizar su funcionamiento con los reclamos de un mundo que cambió y no regresará jamás a los paradigmas sociales, religiosos, culturales y políticos propios de siglos anteriores y en los que pretende refugiarse la dirigencia anacrónica que mientras es bombardeada con el poder de la comunicación solo atisba a defenderse con el manual de urbanidad de Carreño y, en última instancia, deposita la fe de su supervivencia en el poder de los fusiles que a la postre no podrán ser usados porque el miedo, como elemento de convicción, también se ha quedado anclado en el pasado muerto.