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El inicio del año en Venezuela ha estado marcado por la confusión política, el endurecimiento de la represión y la sensación de fatiga. La imagen del presidente interino, Juan Guaidó, intentando saltar por encima de la reja protectora de la Asamblea Nacional es a la vez deprimente y reveladora.
La eventual transición hacia la democracia, que hace un año parecía ser inminente, luce ahora como un proceso complejo y prolongado. El régimen bolivariano, autoritario, corrupto e ilegítimo, ha logrado sostenerse a pesar del repudio internacional, del colapso económico y de una crisis humanitaria sin precedentes.
En su enfrentamiento con las fuerzas de la oposición, el factor tiempo juega a favor del régimen. Cada mes que transcurre manteniendo el statu quo beneficia a Nicolás Maduro y pone en evidencia la impotencia de la oposición. La supervivencia precaria de una autoridad, cuyo ejercicio de control territorial efectivo se ha ido reduciendo a la capital del país y al aeropuerto internacional, le permite pasar a la ofensiva, mientras cuente con el respaldo de la fuerza pública.
Es sorprendente que los dirigentes de un régimen que es responsable de un descalabro económico descomunal se refieran a los logros de la revolución. Venezuela experimentó una caída de 35% del producto interno bruto en 2019. La producción de petróleo se redujo al nivel que tenía en 1945.
Se estima que al finalizar este año, el total de venezolanos que han emigrado alcanzará una cifra equivalente al 20% de la población del país. El tamaño de la economía es inferior al de República Dominicana. Los billetes de la moneda nacional sirven de materia prima para confeccionar artesanías.
La dificultad para desalojar al régimen de Maduro, a la cual han contribuido la falta de coherencia de la oposición, así como los errores de un liderazgo errático, ha dado lugar a un sentimiento de frustración y de desánimo. Los intentos de forzar el ingreso de la ayuda humanitaria en febrero y de promover un alzamiento militar en abril, terminaron mal.
Tal como sucedía en los regímenes comunistas del Este de Europa antes de 1989, algunos opositores han escogido la opción del exilio interno, lo cual implica desentenderse de asuntos políticos. Otros dejan de asistir a las manifestaciones de protesta por cansancio, o porque tienen que dedicarle tiempo y esfuerzo a la necesidad de sobrevivir. Mientras tanto, se acentúa el deterioro social.
Un aspecto esperanzador en medio de este panorama desolador es la importancia que ha adquirido la diáspora venezolana. Las comunidades de exiliados que se han ido conformando en distintos países incluyen a buena parte del talento científico, profesional, académico y empresarial del país. Sus organizaciones y sus redes de apoyo mutuo constituyen un capital humano valioso, temporalmente en el exterior.
Los conocimientos, la pericia y la capacidad de gestión de la diáspora están llamados a desempeñar un papel decisivo en la reconstrucción de Venezuela, aun en la hipótesis de que no todos sus integrantes puedan repatriarse cuando caiga la dictadura.