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La comunidad internacional se ha esforzado por encontrar el eufemismo apropiado para referirse al grupo de países pobres o menos desarrollados. En tiempos de la Guerra Fría se acuñó la expresión Tercer Mundo, calificativo que tuvo corta vida, además de haber adquirido una connotación peyorativa. Países en vía de Desarrollo tiene el inconveniente que algunos de sus miembros están en vía de subdesarrollo sostenido.
Algo similar sucede con la expresión Economías Emergentes, habida cuenta de la realidad inocultable de algunas economías sumergentes. Otra innovación poco afortunada es la de referirse al denominado Sur Global, término que tiene varios defectos.
Una deficiencia inicial es que la ubicación geográfica resulta inadecuada para describir a los integrantes del grupo. Corea del Norte es un miembro prominente del Sur Global. Australia y Nueva Zelanda son países desarrollados.
La otra es que la heterogeneidad del grupo impide encontrar similitudes entre las formas de gobierno de sus participantes. Hay dinastías familiares, monarquías absolutas, teocracias, dictaduras militares y satrapías de distinto orden. Lo que escasea entre sus miembros es la democracia liberal.
Si se hace un esfuerzo, se descubre que, a pesar de la heterogeneidad de las formas de gobierno, hay un factor aglutinante que sirve de denominador común para los miembros del grupo: el resentimiento hacia las democracias occidentales y el odio hacia ellas. Ese es un factor limitante, que resulta útil para los objetivos geopolíticos de la China, de Rusia y de Irán.
Limitante, porque no todas las naciones poco desarrolladas comparten ese odio. En América Latina, por ejemplo, sólo Cuba, Nicaragua y Venezuela pueden considerarse miembros plenos del Sur Global, con Bolivia como posible adherente. Ni Chile, ni Costa Rica ni Uruguay aceptarían ser clasificadas como pertenecientes a ese grupo. La estrecha relación de México con Canadá y Estados Unidos lo impide, no obstante la retórica de algunos de sus dirigentes.
Brasil aspira a ser reconocido como gran potencia, sin necesidad de asociarse con naciones pobres. Aunque el presidente Javier Milei es impredecible, mientras Diana Mondino sea la Canciller, Argentina tampoco ingresaría al grupo.
Pasando de lo hemisférico a lo local, lo que a continuación se sugiere es que, para Colombia, hacer parte del Sur Global es Contra Naturam, así el canciller Murillo haya utilizado la expresión y al presidente Petro le parezca deseable. Si se solicitara el concepto de la Comisión Asesora de Relaciones Internacionales, la propuesta no recibiría el apoyo de ninguno de los expresidentes, exceptuando tal vez a Ernesto Samper.
La tradición diplomática de Colombia es de naturaleza histórica, más bien que geográfica. La constante de la política exterior colombiana es la de identificarse con las democracias occidentales. Así ocurrió durante las dos guerras mundiales del siglo pasado, la Guerra de Corea y la Guerra Fría. Tratar de enemistar al país con las democracias occidentales provocaría el rechazo de la sociedad civil.