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El gobierno federal ha completado un mes en estado de cierre parcial a causa del desacuerdo entre el presidente Trump y los dirigentes del partido Demócrata acerca de la financiación de un muro entre la frontera de Estados Unidos y México. Como tema central del debate nacional sobre políticas públicas, el muro ha adquirido una prominencia extraña. Como solución al ingreso de inmigrantes indocumentados, su efectividad es discutible. Tampoco corresponde a una necesidad sentida por la mayoría de los ciudadanos. Por ese motivo, la propuesta de construir el muro durante la campaña electoral estuvo acompañada de la promesa de que México pagaría su costo.
Transcurridos dos años de gobierno, ante la evidencia de que México no va a pagar por un proyecto que considera ofensivo, Donald Trump exige que la Cámara de Representantes asigne una partida presupuestal de US$5700 millones para construir el muro. La insistencia obsesiva sobre este tema ha tomado la forma de una demostración de fuerza y de la capacidad de imponer su voluntad a cualquier costo. La negativa de los demócratas a doblegarse ante el voluntarismo presidencial enfurece a Trump porque pone de presente que la separación de poderes y las instituciones de la democracia liberal no le permiten ejercer el poder de la misma manera como lo hacen los líderes autocráticos a quienes admira.
El surgimiento de la construcción del muro como un aspecto prioritario del programa de gobierno es consecuencia accidental del desorden que caracterizó la campaña electoral de Trump y su propia falta de disciplina. Ante la aversión del candidato a leer documentos o a ceñirse al guion de temas relevantes para sus discursos, sus asesores decidieron recomendarle que ofreciera construir un muro, dada su trayectoria como promotor de proyectos inmobiliarios. La propuesta tuvo acogida entre personas de bajo nivel educativo, de mayoría blanca, en zonas rurales y en regiones industriales en decadencia. La frase Build the Wall, (construya el muro), se convirtió en el eslogan de sus más entusiastas seguidores. Los estados del ‘cinturón de la Biblia’ y del ‘cinturón del óxido’ le dieron a Trump los votos decisivos en el Colegio Electoral, a pesar de no haber obtenido la mayoría del voto popular.
Podría pensarse que la intensidad del apoyo a la construcción del muro en determinados estados es el resultado de la presencia de un número desproporcionado de inmigrantes en esos estados. Pero sucede que ese no es el caso. Estados con una elevada participación de inmigrantes en su población total, tales como California y Nueva York, son bastiones demócratas. La representante por California, Nancy Pelosi y el senador por Nueva York, Chuck Schumer, lideran la resistencia a una iniciativa racista.
La hostilidad republicana a la inmigración refleja el convencimiento de que los valores de la élite liberal constituyen una amenaza para la preservación de la supremacía blanca. Más que un proyecto de infraestructura faraónico, el muro de Trump ha terminado por convertirse en el símbolo de una sociedad fracturada.