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Al igual que buena parte de mis compatriotas, yo daba por sentada la dotación de recursos energéticos del país y subestimaba su importancia económica. Gracias a la intervención de amistades latinoamericanas, empecé a cambiar de parecer.
A principios de la década de los años 60, Colombia atravesaba una situación económica precaria, debido, entre otras razones, a una devaluación mal hecha al comienzo de la administración Valencia. Cuando me desempeñaba como Consejero Económico de la Embajada de Colombia en Washington, recuerdo, a raíz de la evaluación del plan de desarrollo por parte del Comité de Sabios de la Alianza para el Progreso, el comentario cariñoso de uno de sus miembros, Felipe Pazos, exgobernador del banco central de Cuba y buen amigo: ‘Así como los físicos han descubierto las partículas negativas, los colombianos han inventado las reservas internacionales negativas.’
Pero otro miembro del Comité, Raúl Sáez, expresidente de la Empresa Nacional de Energía de Chile, me elogió la dotación energética de Colombia.
Años más tarde, cuando estaba desvinculado de cualquier responsabilidad gubernamental, recibí una llamada urgente de Andrés Velasco, el ministro de Hacienda de Chile, para que le ayudara a obtener algo de importancia para su gobierno: que el TLC que los presidentes Uribe y Bachelet se proponían firmar, incluyera un capítulo sobre energía. ‘Andrés’, le dije, ‘el texto del tratado, que ya está acordado, no incluye ese tema porque las importaciones de energía no tienen recargos arancelarios.’ ‘Rodrigo, este es un problema político. El gobierno boliviano acaba de anunciar que no le suministrará gas a Chile. Necesitamos demostrar que contamos con el apoyo de Colombia en materia energética.’ Ofrecí tratar de ayudarle, a pesar de estar en Cambridge.
Llamé al ministro de Minas y Energía, Hernán Martínez, y le expliqué el motivo de mi inusitada solicitud. Nos habíamos conocido con motivo de la recomendación de la Comisión del Gasto del año 2007 de que la nación vendiera sus acciones en ISA. Dijo que él no tenia objeción, pero que el tema del TLC le correspondía al ministerio de Comercio.
Procedí entonces a llamar al ministro de Comercio, Jorge Humberto Botero, para plantearle la posibilidad de reabrir el texto del TLC acordado. Yo le había ayudado a resolver un diferendo con Chile a causa de unas trabas a la importación de azúcar, a las cuales Colombia respondió con recargos arancelarios a productos chilenos. Llamé al ministro ce Relaciones Exteriores chileno, Alejandro Foxley, a quien había ayudado cuando él dirigía a Cieplan en tiempos del General Pinochet, y le dije: ‘Alejandro, como ustedes están perjudicando a los consumidores chilenos, el gobierno colombiano decidió perjudicar a los consumidores colombianos. Esto es una insensatez.’ Foxley estuvo de acuerdo. Ambos países eliminaron los aranceles conflictivos y normalizaron sus relaciones comerciales. El TLC con Chile se firmó en Santiago, con el capítulo sobre energía solicitado por el gobierno chileno.