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En Colombia se asigna poca importancia a los temas internacionales y a la política exterior. Ese estado de cosas es atribuible a varios factores. Nuestros conflictos han sido primordialmente de carácter interno. El predominio andino de sus mayores centros urbanos y la ubicación de su capital, a centenares de kilómetros de distancia del agua salada, han contribuido a crear una forma introspectiva de percibir el mundo exterior. A pesar de ser la única Nación suramericana bioceánica, y tener territorios insulares en el Mar Caribe, Colombia carece de una marcada vocación marítima.
Lo cual no significa que Colombia carezca de una tradición diplomática. Bien que mal, los gobernantes del país, a quienes Hugo Chávez denominaba la oligarquía colombiana, han logrado mantener cierta continuidad en las directrices de las relaciones internacionales: vínculos estrechos con las democracias occidentales, apoyo a los organismos multilaterales, solución pacífica de los conflictos, no injerencia en los asuntos internos de otros países y defensa del derecho de asilo. Hasta hace poco, esos parámetros, que le han servido bien al país, han convocado un grado satisfactorio de consenso nacional, o si se quiere, de la élite que se ocupa de las relaciones con el mundo exterior.
Si bien éste no se consideraba un aspecto prioritario de la problemática nacional, era algo acerca del cual existía, hasta ahora, un acuerdo tácito entre la opinión culta del país. Digo hasta ahora, porque en su comportamiento, y en su relato, el presidente Petro revela una discontinuidad con la tradición diplomática del país y una visión peculiar del mundo.
Lo que se puede entender de sus discursos, y de sus silencios cómplices, es que lamenta la caída del Muro de Berlín, el evento que precipitó el colapso del comunismo en Europa del Este y la disolución de la Unión Soviética.
El manejo ideológico de la política internacional contrasta con la conducción pragmática de la misma. Como ejemplo de pragmatismo desinhibido, puede citarse la definición de su política internacional por parte de Lord Palmerston, estadista británico del siglo XIX: ‘Inglaterra no tiene amigos permanentes ni enemigos permanentes. Inglaterra sólo tiene intereses permanentes.’
Durante la Guerra Fría, cuando Washington intentaba aislar comercial y diplomáticamente los regímenes comunistas, un funcionario británico explicaba el disentimiento de su gobierno con esa política de la siguiente manera: ‘Si tradicionalmente hubiéramos limitado nuestros intercambios a aquellas naciones con cuyos gobiernos estábamos en pleno acuerdo, durante muchos años el gobierno de Su Majestad no habría tenido relaciones diplomáticas con ningún país del mundo.’
Como ejemplo del primer estilo diplomático puede citarse la decisión de la monarquía española de convertir en propósito gubernamental causas tales como la infalibilidad papal y el dogma de la Inmaculada Concepción.
Los pronunciamientos de Gustavo Petro sobre política exterior parecen responder más a los postulados del Foro de São Paulo que a la defensa de los intereses nacionales.