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Un rasgo distintivo del subdesarrollo es la persistencia de concepciones económicas cuya falta de validez ha sido comprobada. Resulta desconcertante constatar que, tal como sucede con malezas que se creía erradicadas del jardín, esquemas económicos desacreditados renacen con distintos ropajes, disfrazados como iniciativas originales. La sustitución de importaciones, como modelo de desarrollo, es un concepto cuya fecha de vencimiento expiró hace varias décadas. Sin excepción, los países en desarrollo que han logrado mantener un ritmo de crecimiento dinámico son aquellos que han incrementado su participación en el comercio mundial, asignándole prioridad a aumentar las exportaciones. Cuando esto sucede, aumentan también las importaciones.
A la inversa, cuando obstaculizar las importaciones se convierte en objetivo de política económica de determinado país, el deterioro resultante de las exportaciones conduce a reducir su participación en el comercio internacional. A grandes rasgos, esto explica las trayectorias divergentes de los países del Este Asiático, orientados hacia el mercado mundial, y los países latinoamericanos que optaron por enfatizar la producción para un mercado interno sobreprotegido. Si bien el sesgo anti-exportador regional se ha moderado, tal vez no sea casualidad el hecho de que los países latinoamericanos con el peor desempeño económico actual son los mismos en cuyo modelo de desarrollo predomina el objetivo de la sustitución de importaciones.
En la medida en que un país adquiere nuevos conocimientos tecnológicos y gerenciales, aumenta su capacidad para producir bienes y servicios que previamente se importaban. En Colombia, ese proceso está ocurriendo a través del sistema de precios, como respuesta de los agentes económicos a los incentivos que ofrece la corrección de la tasa de cambio. Entendida como parte natural de la transformación estructural, la ampliación del espectro de actividad productiva es conveniente y deseable.
Lo que es a todas luces desaconsejable es aspirar a la autarquía, por considerar que todas las importaciones son nocivas. Esa mentalidad, convertida en política pública, tiene como consecuencia la obsolescencia tecnológica y el estancamiento económico. Estas reflexiones se originan en el anuncio del Ministerio de Agricultura de un programa de siembras encaminado a sustituir las importaciones agrícolas, en particular las de cereales. Esto es algo que no debe acometerse a la ligera, sin especificar precios y calidades o hacer referencia al beneficio de los consumidores. Si los cultivos propuestos mejoran la competitividad internacional de la agricultura colombiana, enhorabuena. Si la propuesta conlleva imponer barreras a las importaciones y cuotas obligatorias de absorción, para procurar la autosuficiencia a cualquier costo, es un despropósito.
El Perú ha desarrollado un floreciente sector agroexportador sin subsidios y con mínima protección arancelaria. Entre el 2003 y el 2014 las exportaciones de frutas y hortalizas pasaron de US$440 a US$2798 millones, con un crecimiento promedio anual de 19%. El valor de esas exportaciones excede con creces el valor de las importaciones de trigo, maíz y soya.
La política agropecuaria debe ser compatible con una economía abierta. Encarecer los alimentos deliberadamente sería un disparate económico y un atentado contra el bienestar social.