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La reanudación de relaciones diplomáticas con Venezuela ha dado lugar a pronunciamientos eufóricos acerca de lo que se puede esperar con respecto al comercio binacional. A riesgo de aparecer como aguafiestas, los cambios que han tenido lugar en Venezuela recomiendan moderar el entusiasmo acerca del futuro de la relación bilateral con posterioridad al establecimiento de relaciones diplomáticas.
Comienzo por aclarar que considero como algo positivo la normalización de las relaciones diplomáticas con Venezuela. Durante largos períodos en la historia venezolana, la nación vecina ha estado gobernada por regímenes autoritarios. La tradición colombiana ha sido la de tener relaciones diplomáticas correctas, aunque no estrechas, con esos gobiernos y mantener abiertos los canales de comunicación para manejar los problemas de distinto orden que surgen a lo largo de una frontera común extensa. Puede afirmarse, por lo tanto, que la decisión reciente, lejos de constituir una innovación, representa un retorno a la situación tradicional. La novedad frente a lo que existió en el pasado radica en la naturaleza del régimen con el cual se van a reanudar relaciones y la transformación que ha experimentado la economía venezolana en este siglo.
La coalición heterogénea que detenta el poder en Miraflores no es el típico gobierno militar latinoamericano, ni tampoco la dictadura agropecuaria clásica, como la que ejerció Juan Vicente Gómez entre 1908 y 1935.
Es un régimen sui generis en el cual se mezclan el socialismo y la cleptocracia, el nacionalismo agresivo con la represión y el culto de la personalidad, cuyo hábitat geopolítico está conformado por Cuba, Irán, Rusia y China. En la medida en que pueda decirse que se rige por una ideología dominante, esa es la de perpetuarse en el poder.
Dos décadas de estatismo, expropiaciones y destrucción institucional han dado lugar a una economía, además de diferente, mucho menor a la colombiana. Estos factores permiten prever que, con la mejor buena voluntad, la relación bilateral no estará exenta de fricciones y malentendidos. Los dos gobiernos difícilmente van a coincidir en temas tales como la violación de los derechos humanos en Nicaragua o la invasión rusa a Ucrania.
Se estima que la economía venezolana ha tenido una contracción del orden de 80%. Pdvsa, que llegó a ser una de las principales empresas petroleras del mundo, está venida a menos a causa del desmantelamiento de sus cuadros técnicos y gerenciales.
Para el régimen de Maduro, que le asigna poca importancia a los temas comerciales, el reconocimiento colombiano es prioritario.
Al presidente Petro no le conviene hacer su debut en el escenario mundial en compañía de Nicolás Maduro, Cristina Kirchner y Daniel Ortega. Y a la imagen internacional de Colombia, menos.
Es justo darle la bienvenida al restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Venezuela. Pero mientras ejerza el poder el régimen actual en la nación vecina, es recomendable hacerlo sin ilusiones y con los ojos abiertos.