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Las noticias recientes del Reino Unido son motivo de decepción para los británicos y de tristeza y vergüenza ajena para quienes apreciamos y queremos a esa gran nación. El país que había sido ejemplo de liderazgo político y seriedad gubernamental está ofreciendo un espectáculo de frivolidad y de falta de responsabilidad. A partir de 2016, el Reino Unido ha tenido cinco primeros ministros, tres de estos en este año. Dadas las peculiaridades del sistema parlamentario británico, los dos últimos dirigentes gubernamentales, Liz Truss y Rishi Sunak, llegaron a sus cargos sin haber recibido un mandato popular, por decisión de un grupo mayoritario de miembros de la Cámara de los Comunes pertenecientes al partido Conservador, el partido de gobierno.
La duración de menos de dos meses del gobierno de Liz Truss ha dado lugar a una asociación desobligante del comportamiento del gobierno británico con la inestabilidad política italiana.
Lo que ha estado sucediendo es un reflejo de la crisis política del partido Conservador, motivada por las diferencias regionales y generacionales de sus electores. Esas diferencias se han exacerbado a raíz de los problemas causados por el Brexit, el retiro del Reino Unido de la Unión Europea. No es una coincidencia que la turbulencia institucional británica se hubiera iniciado en 2016, año en el cual triunfaron los partidarios del Brexit, en un referéndum innecesario convocado por David Cameron para tratar de resolver las divisiones del partido Conservador.
Los promotores del Brexit impulsaron una campaña de nacionalismo agresivo y de xenofobia. Describieron las grandes ventajas económicas que tendría para el Reino Unido liberarse de la opresión de Bruselas y de las restricciones impuestas por las normas comunitarias. Hicieron caso omiso de las advertencias de quienes señalaban los costos que tendría perder el acceso privilegiado al mercado europeo, argumentando que el país estaba cansado de escuchar las opiniones de los expertos. La voluntad política seria suficiente para devolverles a los británicos la libertad de acción internacional y traerles prosperidad. Nada de esto sucedió.
El Reino Unido quedó debilitado económicamente y con menos influencia mundial. Como afirmó recientemente un estadista europeo: ‘Se ofreció convertir al país en un Singapur grande. Pero quienes votaron por el Brexit eran los enemigos de la globalización. Ese es un mandato imposible.’
La forma como cayó el gobierno de Liz Truss, quien desatendió las advertencias de sus propios expertos, acerca de la inconveniencia de aumentar la deuda pública para incrementar el gasto, es instructiva. El desplome de los bonos y de la libra esterlina provocaron la caída del ministro de Hacienda y poco después la del gobierno.
El colapso no ocurrió por culpa de la oposición ni la del Fondo Monetario Internacional. Lo provocó el mercado, y lo hizo de manera fulminante. Esta es una experiencia relevante para naciones emergentes con altos niveles de deuda externa, cuyos bonos soberanos se transan internacionalmente.