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Al recibirlo en su primer día como Jefe de Estado, los responsables de la Casa Blanca invitaron a Ronald Reagan a hacer una inspección detallada de las instalaciones de la sede presidencial. Reagan expresó su interés por conocer el War Room, la sala especial de reuniones de crisis, en la cual se desarrolló la escena final, y apocalíptica, de la película Dr. Strangelove: or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb. Sus acompañantes tuvieron que explicarle que el War Room no existía.
Era una ficción creada por el director de la película, Stanley Kubrick. Su puesta en escena tenía verosimilitud porque coincide con la concepción generalizada de que en la sede gubernamental existe, o debe existir, una sala de comando y control, llena de pantallas de computador, teléfonos y demás aparatos de comunicación, donde se toman las grandes decisiones. Quienes no están familiarizados con la experiencia gubernamental, suponen que el poder político consiste en lograr acceso privilegiado a dicha sala.
La perdurabilidad de esa ficción también se extiende al terreno económico. El uso de metáforas como palancas de crecimiento, y otras similares, en la literatura de desarrollo económico ha creado confusión en sectores políticos latinoamericanos, en particular aquellos de formación marxista.
Esto conduce a interpretar en forma literal expresiones tales como la conquista de las cimas dominantes de la economía y la activación de las palancas del crecimiento.
Desde esa perspectiva, llegar al gobierno implicaría acceder a la sala que contiene las palancas del crecimiento, y utilizar la voluntad política requerida para activarlas. La dura realidad se encarga de desvanecer esas ilusiones, a un alto costo para el desenvolvimiento económico y el bienestar social.
Durante el gobierno cleptocrático de Cristina Kirchner en Argentina, el ministro de Economía, Axel Kicillof, hizo el conmovedor anuncio de que el sistema de planificación central de la economía había fracasado porque la Unión Soviética no disponía del Programa Excel.
En Venezuela, donde están estatizadas la energía, las comunicaciones y las industrias básicas, un gobierno que se auto- proclama revolucionario y socialista ha incorporado a la conquista de las cimas dominantes de la economía la distribución de pollos y la producción de arepas.
El problema no es solo la inexistencia de la sala donde supuestamente se encuentran las palancas. El obstáculo adicional consiste en que, aun en sentido figurativo, las palancas no suelen ser susceptibles de ser activadas con facilidad. Están dispersas, son poco conspicuas y esquivas.
En algunos casos, se esconden en las mentes de las personas y en los valores culturales de la respectiva sociedad. Eso ayuda a explicar lo difícil que ha resultado para tantas naciones emergentes reducir la distancia que las separa de los países industrializados.
La experiencia confirma que hay comportamientos económicos y formas de ejercer el poder político que perjudican el crecimiento. Las palancas del crecimiento existen, pero no son obvias. La humildad epistemológica recomienda reconocer lo mucho que todavía nos falta por aprender sobre el proceso de desarrollo.