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Este relato autobiográfico ilustra los cambios que ha experimentado la sociedad colombiana. Lo escribo pensando en la escultora Feliza Bursztyn. Éramos coetáneos y fuimos vecinos en el Barrio de Teusaquillo, aunque no la conocí. Quizás mi padre conoció al padre de Feliza, porque compartían el proyecto de ayudar a obtener visas para emigrar a Colombia a familias judías huyendo de los nazis.
Feliza incursionó en la actividad cultural en 1957, cuando yo iniciaba mi vida profesional. Las vicisitudes de Feliza en su entorno la llevaron a afirmar que Colombia era ‘el país más godo del universo godo’. Mi encuentro con el atraso tuvo lugar cumpliendo con un requisito burocrático.
En junio, cuando regresé a Colombia, el noviazgo con Louise iba en serio. Por timidez, no me había atrevido a proponerle matrimonio. Durante las semanas de separación, ella tomó la iniciativa. Se acordó que la boda tendría lugar a mitad de camino entre Boston y Bogotá. Los padres de Louise alquilaron un pequeño hotel en Montego Bay, Jamaica, una colonia británica.
Louise obtuvo una visa de turista en el Consulado de Colombia en Boston. El matrimonio se celebraría por la religión anglicana, cuyo equivalente americano es la iglesia episcopal, la religión de Louise. La iglesia episcopal es bastante parecida a la católica, excepto que no reconoce la infalibilidad papal, en la cual yo tampoco creo.
Al llegar a Jamaica, nuestro anfitrión, Stanley Foster, nos explicó que, por ser extranjeros, la ceremonia religiosa debía estar precedida por el matrimonio civil ante el representante de la Reina Isabel, el Gobernador de Jamaica. El matrimonio civil tuvo lugar el sábado por la mañana en Kingston, a tiempo para regresar a Montego Bay para la ceremonia religiosa, al atardecer del sábado.
Así pues, llegamos a Bogotá con dos certificados de matrimonio: el civil y el religioso. Poco tiempo después, acudí al Ministerio de Relaciones Exteriores con el pasaporte de Louise y los certificados matrimoniales para obtenerle la visa de residente. Recibí una lección acerca del Concordato con la Santa Sede. ‘Este matrimonio no es válido,’ me dijo la funcionaria. ‘Ustedes están viviendo en pecaminoso contubernio. Ella es susceptible de ser expulsada del país como extranjera perniciosa.’
Contuve el impulso de estrangularla, y le pregunté como podía solucionarse el impasse. O ella se convierte al catolicismo o si no, usted apóstata. Declare en una notaría que ha dejado de ser católico, y le cambiamos la visa. Al informarle a mi hermana Rocío que iba a apostatar, me respondió: ‘Si haces eso, mamá se muere de un infarto.’
Encontramos a un sacerdote que nos dijo: ‘Si se comprometen a educar a los hijos como católicos, los caso’. Louise estuvo de acuerdo y un sábado al mediodía nos casamos por tercera vez.
Cuando alguien dice que en este país no ha cambiado nada, imagino la carcajada de Feliza Bursztyn.